viernes, 1 de abril de 2011

Leyenda china. La honestidad

 
Se  cuenta que allá para el año 250 A.C., en la China antigua, un  príncipe de la  región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la  ley, él debía casarse.

Sabiendo  esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver  quién sería digna de su propuesta.

Al  día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración
especial a  todas las pretendientes y lanzaría un desafío. Una anciana que
servía en el  palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe.

Al  llegar a la casa y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que
ella quería ir a la celebración.  Sin poder creerlo le  preguntó:  "¿Hija  mía,
que vas a hacer allá?  Todas las muchachas más bellas y  ricas de la  corte
estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza.  Sé que debes estar
sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura".

Y  la hija respondió:  "No,  querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás  seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos  cerca del príncipe. Esto me hará  feliz".

Por  la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más  bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones.

Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío:  "Daré  a cada una de
ustedes una semilla. Deben cultivarla con amor y hacerla crecer. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura emperatriz de China".

La  propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades, relaciones,  etc.

El  tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la  jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que  si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el  resultado.

Pasaron tres meses y nada brotó.  La joven intentó todos los  métodos que
conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su  sueño, pero su amor era más profundo.

Por  fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Conciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para  estar cerca del príncipe por unos momentos.

En  la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío.  Todas las otras
pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más
variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella.

Finalmente,  llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención. Después de pasar por todas, una a una, anunció su  resultado.

Aquella  bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los
presentes  tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había  escogido justamente a aquella que no había cultivado  nada.

Entonces,  con calma el príncipe explicó:  "Esta  fue la única que cultivó la
flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz:  la flor de la honestidad.
Todas las semillas que entregué eran estériles".