martes, 21 de junio de 2011

El Mayab, el faisan, el venado y la serpiente

 


Hace mucho, pero mucho tiempo, el señor Itzamná decidió crear una tierra que fuera tan hermosa que todo aquél que la conociera quisiera vivir allí, enamorado de su belleza. Entonces creó El Mayab, la tierra de los elegidos, y sembró en ella las más bellas flores que adornaran los caminos, creó enormes cenotes cuyas aguas cristalinas reflejaran la luz del sol y también profundas cavernas llenas de misterio. Después, Itzamná le entregó la nueva tierra a los mayas y escogió tres animales para que vivieran por siempre en El Mayab y quien pensara en ellos lo recordara de inmediato.

 

Los elegidos por Itzamná fueron el faisán, el venado y la serpiente de cascabel. Los mayas vivieron felices y se encargaron de construir palacios y ciudades de piedra. Mientras, los animales que escogió Itzamná no se cansaban de recorrer El Mayab. El faisán volaba hasta los árboles más altos y su grito era tan poderoso que podían escucharle todos los habitantes de esa tierra. El venado corría ligero como el viento y la serpiente movía sus cascabeles para producir música a su paso.


Así era la vida en El Mayab, hasta que un día, los chilam, o sea los adivinos mayas, vieron en el futuro algo que les causó gran tristeza. Entonces, llamaron a todos los habitantes, para anunciar lo siguiente: —Tenemos que dar noticias que les causarán mucha pena. Pronto nos invadirán hombres venidos de muy lejos; traerán armas y pelearán contra nosotros para quitarnos nuestra tierra. Tal vez no podamos defender El Mayab y lo perderemos.

 

Al oír las palabras de los chilam, el faisán huyó de inmediato a la selva y se escondió entre las yerbas, pues prefirió dejar de volar para que los invasores no lo encontraran.


Cuando el venado supo que perdería su tierra, sintió una gran tristeza; entonces lloró tanto, que sus lágrimas formaron muchas aguadas. A partir de ese momento, al venado le quedaron los ojos muy húmedos, como si estuviera triste siempre.

 

Sin duda, quien más se enojó al saber de la conquista fue la serpiente de cascabel; ella decidió olvidar su música y luchar con los enemigos; así que creó un nuevo sonido que produce al mover la cola y que ahora usa antes de atacar.


Como dijeron los chilam, los extranjeros conquistaron El Mayab. Pero aún así, un famoso adivino maya anunció que los tres animales elegidos por Itzamná cumplirán una importante misión en su tierra. Los mayas aún recuerdan las palabras que una vez dijo:

—Mientras las ceibas estén en pie y las cavernas de El Mayab sigan abiertas, habrá esperanza. Llegará el día en que recobraremos nuestra tierra, entonces los mayas deberán reunirse y combatir. Sabrán que la fecha ha llegado cuando reciban tres señales. La primera será del faisán, quien volará sobre los árboles más altos y su sombra podrá verse en todo El Mayab. La segunda señal la traerá el venado, pues atravesará esta tierra de un solo salto. La tercera mensajera será la serpiente de cascabel, que producirá música de nuevo y ésta se oirá por todas partes. Con estas tres señales, los animales avisarán a los mayas que es tiempo de recuperar la tierra que les quitaron.

 

Ése fue el anuncio del adivino, pero el día aún no llega. Mientras tanto, los tres animales se preparan para estar listos. Así, el faisán alisa sus alas, el venado afila sus pezuñas y la serpiente frota sus cascabeles. Sólo esperan el momento de ser los mensajeros que reúnan a los mayas para recobrar El Mayab.

 

viernes, 17 de junio de 2011

Claustrofobia


La cueva, ante sus ojos, parece tener un raro poder hipnótico.
La entrada es poco más alta que el tamaño medio de un ser humano. Quizá un metro noventa, o quizá menos...
Pero Toño se siente irresistiblemente empujado a entrar en ella.
Algo, en su interior, grita desesperadamente. Le previene de que no debe traspasar el umbral de piedra.
Toño vacila.
Da un paso.
Luego otro vacilante, luego otro más seguro...
Finalmente, penetra decididamente en el oscuro agujero.
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El interior no es tan oscuro como él temía. Avanza entre un olor dulzón a tierra húmeda. Las paredes, efectivamente, rezuman humedad, minúsculas gotas que resbalan lentamente, como perezosas lagartijas, roca abajo, hasta ser absorbidas por la tierra que tapiza el suelo de la cueva.
El pasillo se alarga, entre curvas suaves. Toño nota que sus cabellos rozan algo. Es el techo de la cueva. Parece como si el techo estuviera cada vez más bajo. Quizá el pasillo se estrecha paulatinamente a medida que se prolonga...
Esa sola idea basta para atenazarle el corazón. Su corazón, débil y enfermizo de por sí... un corazón aprensivo que no resiste la idea de cuatro paredes cerradas...
¡CLAUSTROFOBIA!
Esa es la palabra...
Y en ella refleja todo su temor. Un temor formado por una parte de morboso placer, que le empuja a seguir adelante por el corredor de piedra a sabiendas de que las paredes son cada vez más estrechas y el techo y el suelo se hallan cada vez mas cerca...
La fuerza invencible sigue empujándole adelante, aunque ahora debe caminar ya agachado...
La luz disminuye. Debería haber desaparecido ya, pero aún basta para vislumbrar levemente el camino que se extiende serpenteante ante él. Un brusco descenso del techo. Toño tiene que caminar sobre sus rodillas y sus codos para seguir avanzando.
Aquella depresión del techo pasará pronto... tiene que pasar... y luego podrá seguir caminando normalmente, erguido, quizá incluso se halle en una caverna natural con estalactitas y estalagmitas... Una foto de las Grutas de Cacahuamilpa pasa fugazmente ante sus ojos.
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Respira fatigosamente, con una extraña opresión. El esperado ensanchamiento no llega. En vez de eso, el paso entre las paredes de piedra es cada vez mas angosto, obligándole a arrastrarse como una serpiente para seguir avanzando, empujado por alguna extraña e incomprensible fuerza...
Asustado, Toño se da cuenta de que ya no tiene espacio ante él. El corredor, angosto como una conejera, termina bruscamente ante la piedra que forma el corazón de la montaña, como si algún desalentado ingeniero hubiera dejado su trabajo e medio terminar...
Claustrofobia...
El asfixiante terror a los espacios cerrados hace presa en él.
Debe volver atrás, rápidamente, ganar la salida, el cielo azul, el aire fresco, la,...
No, no es posible.
¿Por qué no puede retroceder?
 
Sus manos se apoyan fuertemente en el suelo a fin de intentar impulsarle hacia atrás... pero es inútil.
No puede moverse. Por lo menos, no con ayuda de las manos.
Entonces son las rodillas las que, desesperadamente, tratan de constituirse en punto de apoyo para impulsarse hacia atrás. Pero sólo consigue desgarrarse la tela del pantalón y desollarse la piel.
No puede moverse. Está clavado en el suelo, con la roca sobre su espalda, bajo su pecho, ante su cabeza y quizá, muy posiblemente, detrás de sus pies...
Como una película, un brutal zoom hacia atrás le hace ver a si mismo prisionero en una inmovible cárcel de piedra, con toneladas de piedra sobre él y debajo de él, por delante, por detrás, como si ahora también él formara parte de la montaña que le ha aprisionado en sus entrañas...
Abre la boca.
Llena sus pulmones de aire viciado, húmedo, oscuro, con sabor a tierra. Un alarido desesperado, desgarrador, salvaje, brota de su garganta.

-Toño... por Dios, ¿qué te ocurre?
La mano de Ana, fuertemente, le sacude.
El final del alarido sale, agonizante, de sus pulmones.
-Toño... ¿qué tienes?
Mira a su alrededor. Un armario, un rectángulo de luz que viene de la calle. Lo único que toca su cuerpo es la ropa del pijama, y encima de ella la de la cama.
Ana, preocupada, le mira con cierta inquietud.
-Ha sido ese sueño otra vez, ¿verdad?
-Si... el horrible... ¡me moriré si sigo soñando eso! Mi corazón... no lo resistirá...
-Tranquilízate, cariño... mañana volveremos otra vez a ver al cardiólogo.
Y, si es necesario, a un psicoanalista. Pero tienes que dejar de soñar esas cosas horribles...
-¿"Esas", dices? No, Ana... Sólo hay una pesadilla... sólo una... siempre la misma...

El médico retira los cables, que se han calentado al contacto con el cuerpo de Toño.
Luego, tira de una larga hoja de papel y observa los grafismos de cordillera que la cabeza lectora ha impreso en ellos.
-Tenemos que cuidarnos, amigo- dice, empleando ese "nos" tan característica y paternalista de los médicos.
-¿Estoy peor?
-Bueno, no es eso exactamente... pero no hay mejoría, que es lo que nosotros esperábamos. Ese corazón está muy fatigado...
 
-Toma... aquí tienes las gotas...
Toño, obedientemente, las toma mientras Ana acaba de abrocharle la chaqueta del pijama y pasa cariñosamente los dedos por la piel de su pecho.
-No te desmoralices, ¿quieres? No me gusta verte deprimido...
Toño asiente, en silencio. Su frente se puebla de un sudor frío. Acaba de presentir que volverá a tener la pesadilla.
Se tumba en la cama, se arropa, aprieta las sábanas en torno a su cuerpo como para protegerse de un enemigo invisible y viscoso que caerá sobre él en cuanto Ana apague la luz de la mesilla de noche...

La cueva. La oscuridad.
Olor a humedad, un pasillo cada vez más angosto... piedras que aprisionan su pecho, su espalda, toso su cuerpo...
Un alarido. Otro más. El último.

Ana, sobresaltada, toca el cuerpo de Toño. Rígido, frío. Sus ojos están clavados en el techo, como si éste se hubiera movido, como si hubiera bajado para aplastarle...
Su corazón no late desacompasado como es habitual después de su pesadilla. Ana aplica el oído al pecho de Toño. Nada. Silencio. Su corazón se ha detenido.

Todo es oscuro. Toño abre los ojos. La pesadilla otra vez...
Sigue el olor a tierra, y el olor a humedad. Intenta mover los brazos, pero no puede. Quizá con las rodillas...
Pero, como es habitual, tampoco las rodillas sirven.
Tendrá que gritar para despertarse y acabar con aquella horrible angustia.
Abre la boca. Va a gritar. Pero, de repente, algo cruza su mente.
Hay algo distinto. ¿Qué es?
La posición... no está boca abajo, como cuando lucha desesperadamente para salir del túnel.
No. Está boca arriba. Boca arriba...
Y hay otro olor. Un olor nuevo, aparte de la humedad, la tierra... un olor a madera.
A madera recién barnizada.
Toño adivina que el barniz es de color negro. Y advierte ahora el movimiento exterior... un movimiento de balanceo...
Un golpe brusco. Es el final del viaje. Algo blando cae sobre él, sin tocarle, pero Toño oye el ruido, nota la vibración. Olor a tierra Húmeda, recién movida...
Intenta gritar, pero ningún sonido sale de su garganta. Y las paletadas de tierra, lenta e inexorablemente, caen sobre la tapa de su ataúd mientras Toño desgarra sus uñas contra la madera, en un salvaje e inútil intento por sobrevivir...
Su palabra terrible, claustrofobia, se une ahora a otra mucho más terrible aún: catalepsia...
¿Por qué no esperaron un poco entes de enterrarlo? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ...
Este viernes se estrena 'Enterrado', cinta que transcurre en un ataúd

lunes, 13 de junio de 2011

La hidra de Lerna


Al sur de la ciudad de Argos, no lejos de Tirinto y de Micenas, había pantanos de agua dulce alimentados por manantiales.

 El pantano de Lerna tomaba su nombre de la cercana ciudad homónima, y se decía que más allá de las aguas estancadas se abría la entrada a los infiernos; custodiaba esta puerta un terrible monstruo que atacaba los rebaños y saqueaba con frecuencia los territorios de los alrededores. Era una hidra, una serpiente acuática, hija de Equidna y de Tifón, a la que Hera había criado apropósito cerca de la fuente Amimone, bajo un plátano, para servirse de ella contra Heracles.


 


Las representaciones nos la muestran como una criatura de cuerpo informe, de la q1ue surgen numerosas cabezas, de 5 a 12. Algunas leyendas nos dicen que poesía incluso 50 o 100. Se decía que la cabeza central, representada a veces con los rasgos de un rostro humano, era inmortal. Sus fauces exhalaban un aliento mefítico que resultaba letal para quien se acercara, las cabezas, aunque cercenadas, volvían a crecer sin cesar. Euristeo ordenó a Heracles que matara a la temible criatura, y éste, que conocía su fama, llevó consigo a otro joven héroe, Iloao, hijo de su hermano mortal Ificles. Ambos llegaron en un carro de guerra a la antigua ciudad de Lerna, se adentraron en el pantano y encontraron la serpiente en su madriguera subterránea cerca de la fuente Amimone. 





Heracles disparó sus flechas encendidas hacia la caverna, obligando así al monstruo a salir al descubierto. Apenas Heracles lo vio serpentear hacia fuera, lo atacó con su espada curva, pero del tronco de cada cabeza cercenada crecían dos nuevas, y el héroe no veía posibilidad alguna de éxito. Además, Hera, prosiguiendo su incansable lucha contra Heracles, envió en socorro de la hidra a un cangrejo gigante, Carcino, que mordió al héroe en el talón. Heracles tuvo que dejar la lucha con la hidra para aplastar al cangrejo, pero entre tanto meditaba nuevas tácticas para enfrentarse al terrible adversario.


 


Mandó a Iolao a procurarse tizones ardientes, con los que poder quemar las carnes del monstruo, impidiendo de este modo el crecimientote nuevas cabezas, y el joven así lo hizo, consumiendo todo el bosque de le zona; después de una larga lucha, el la que Heracles cortaba las cabezas e Iolao quemaba inmediatamente su tronco, sólo le quedó a la hidra la cabeza central, aquella a la que se consideraba inmortal. 
Hercules
Heracles también le rebanó, la enterró en el camino que unía Lerna con Eleunte y puso una gran roca sobre la cavidad. Heracles sumergió sus flechas en la sangre de la hidra para hacerlas letales, y luego regresó a Micenas junto con Iolao. El cangrejo Carcino, a quien Hera quiso recompensar por el sacrificio consumado, fue acogido en el cielo, y formo la constelación de cáncer, junto a la de leo.
 


Según una versión del mito, Euristeo se negó a considerar esta hazaña como uno de los trabajos encomendados a Heracles, a causa del papel determinante desempeñado en la empresa por Iolao.



sábado, 4 de junio de 2011

Dionisio Baco

Dioniso Baco II

Los Borrachos o el Triunfo de Baco - Velázquez

Encontrándose un día en la isla de Naxos, Dioniso vio en la orilla a una bellísima joven dormida. Era la hija de Minos, Ariadna, que Teseo había traído consigo de Creta tras matar al Minotauro, pero a quien después había abandonado. Afrodita la consoló haciendo que Dioniso la tomara por esposa y le regalara una corona de oro forjada por Hefesto. Los dioses asistieron a las bodas y cubrieron de regalos a ambos esposos. Ella, después de darle tres hijos: Evantes, Enopio y Estáfilo, obtuvo el don de la inmortalidad y fue transformada en lo que más se llevaba en la época: una constelación.

Dioniso conquistó la India, lo que hizo no sólo por la fuerza de las armas, sino también con un poco de trampa, mediante sus encantamientos y poder místico. Falta le hacían sus artes divinas, porque al parecer el ejército invasor en vez de lanzas y escudos empleaba pámpanos, troncos de vid y panderetas. Ahí tuvo su origen el cortejo triunfal con el que se acompañaba el dios, y que consistía en un carro tirado por panteras, adornado con pámpanos y yedra y acompañado por sátiros, silenos, bacantes y otras divinidades menores.

Otros mitos señalan que también visitó Mesopotamia y Egipto. Llegó a Tebas decidido a fundar una religión cuya finalidad consiste en abatir la soberbia de la razón humana mediante la exaltación de los instintos, el éxtasis, la magia y el misterio.



Tras estas gloriosas expediciones volvió a Grecia, pero ya no era el dios rudo de las montañas de Tracia, sino que se había afeminado tras su contacto con los asiáticos, y ahora poseía los rasgos de un hermoso adolescente vestido con una larga túnica y tocado con una guirnalda de flores. Su culto era un complejo de ritos desenfrenados, por lo que fue acogido con desconfianza y hostilidad. El rey de Tracia, Licurgo, se declaró contra él. Obligado a huir, buscó asilo cerca de Tetis, en las profundidades del mar. Después castigó a Licurgo, que había hecho prisioneras a las bacantes, volviendo estéril al país y privando de la razón al rey, que mató así a su propio hijo pensando que era una cepa de viña. La desolación no acabó en Tracia hasta que Licurgo, por orden del oráculo, fue llevado a la montaña Pangión y allí lo descuartizaron atado a cuatro caballos.

Dioniso tampoco fue bien acogido por Penteo, rey de Tebas, que a pesar de que era su primo lo encarceló. Dioniso se fugó y enloqueció a la madre de Penteo y de paso a todas las mujeres tebanas, que no tenían culpa de nada. Transformadas en Ménades, llegaron a Citerión para celebrar las fiestas en honor al dios. Penteo fue tan tonto de seguirlas. Estaba claro que nada bueno podría salir de aquella excursión, pero debía de ser un poco marujón y el impulso fue superior a él. Llegó en el momento en que las participantes se encontraban en pleno frenesí, de modo que su propia madre lo confundió con un animal y lo despedazó.



Algo parecido sucedió en Argos cuando sus habitantes se negaron a reconocer la divinidad de Dioniso. Volvió a tomarla con las mujeres, según la proverbial e inveterada misoginia griega, que asentaba sus reales desde que Hesíodo describió la creación de Pandora y encontró luego un buen continuador en Aristóteles: éste afirmó rotundamente que las mujeres eran biológicamente inferiores al varón. “La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”, dijo incluso. Muy bella y ecuánime es también la opinión de Pitágoras, según el cual “Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo, que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Según el concepto griego, una mujer sólo era valorada según su fertilidad, puesto que su papel quedaba relegado al hogar y a la reproducción, como meros recipientes. De modo que, al no deberles especial consideración, el dios enloqueció a las pobres mujeres haciéndolas vagar por el campo profiriendo mugidos como si fuesen vacas y llegando a comerse a sus propios hijos.

Porque además tanto daba que el comportamiento de la mujer fuera ejemplar; igualmente podía recibir castigo. Los crueles azotes que recibía en Alea un grupo de mujeres durante las fiestas de las Agrionias se debía al recuerdo de las hijas de Minias, las únicas que se negaron a tomar parte y permanecieron en sus casas, afanosas, decentes, aguardando el regreso de sus esposos. Dioniso intentó primero seducirlas por las buenas, bajo la apariencia de un hermoso joven, pero no consiguió nada. El dios manifestó su enfado convirtiéndose en toro, y como esto no pareció impresionar mucho, después se hizo león, y finalmente pantera. Aterrorizadas por este derroche de fenómenos paranormales, las jóvenes, siguiendo la costumbre, enloquecieron. Sintieron deseos de engullir carne humana, y entre las tres despedazaron a uno de sus hijitos. Dioniso transformó a una en ratón, a otra en lechuza y a la tercera en búho, y los griegos rememoraban el acontecimiento organizando cada dos años una fiesta llamada Skiereia que consistía en maltratar mujeres. En palabras del profesor Walter F. Otto, “la famosa crueldad de esta costumbre burla cualquier interpretación inocua”.



Dioniso bajó a los infiernos en busca de su madre, que había muerto consumida por el rayo, manifestación suprema de Zeus. Tras resucitar su carne mortal se la llevó al Olimpo, en donde la entronizó con el nombre de Tione pese a la oposición de Hera.

Fue el dios de la alegría, el vino y el desenfreno. Ya los griegos lo llamaron también Baco, nombre con el que pasó a los romanos. Y hoy es un buen día para festejar a Dioniso, que como no somos griegas no nos pasará nada.



Bibliografía: 
Mitología griega – F. L. Cardona 
Dioniso: mito y culto – Walter F. Otto