Hace ya muchos años, vivió en la isla de Borneo un dragón que habitaba en lo alto el monte Kinabalu. Este dragón era pacífico, solitario y no perturbaba a nadie de la isla.
Tenía por costumbre cada mañana, ponerse a jugar con una brillante canica que todos codiciaban, pues claro, era una perla. El dragón la lanzaba al aire y se divertía recogiéndola con la boca.
Muchos habían intentado robarle su tesoro pero como todo dragón receloso de sus posesiones, la guardaba con mucho cuidado.
El Emperador de China en su afán por conseguir aquella piedra preciosa, llamó a su hijo y le dijo que esa perla debía formar parte del tesoro imperial.
Así es que el Príncipe se armó de un ejército con los mejores hombres y luego de semanas de viaje y travesías, llegó a las costas de Borneo.
Pasó un tiempo antes de que al joven príncipe se le ocurriese un plan para robar la perla al dragón.
Llamó a sus hombres y les dijo que necesitaría una linterna redonda de papel y una cometa tan resistente que pudiese soportar su peso en el aire.
Así es que sus hombres se pusieron a trabajar primero en la linterna, y luego de una semana lograron terminar una hermosa cometa capaz de resistir el peso de un hombre.
Al anochecer, cuando el suave viento comenzaba su recorrido de rutina por la isla, el príncipe se montó en la cometa y se elevó por los aires. Al ser tan oscura la noche el príncipe volaba sin temor a ser visto, y bajó en lo alto del monte, deslizándose luego dentro de la cueva. Sigilosamente se acercó al dragón que yacía dormido y con mucho cuidado quitó de sus garras la perla y en su lugar colocó la linterna. Volvió a montarse en su cometa y a surcar el cielo emitiendo una señal de luz, por lo que sus hombres comenzaron a recoger la cuerda del cometa hasta que su líder pisó tierra firme.
Emprendieron el regreso a sus tierras en barco aprovechando esa misma noche que el viento estaba a su favor.
Cuando el sol anunciaba un nuevo día, el dragón se despertó y buscó su perla para jugar, como todas las mañanas. Entonces descubrió que le habían robado su piedra y comenzó a lanzar llamas de ira; se lanzó monte abajo para perseguir a los ladrones, pero no encontró señales de ellos en la isla.
Fue entonces que divisó un junco chino que navegaba rumbo a alta mar.
El dragón se tiró al agua y nadó velozmente hacia el barco conforme reclamaba a gritos que le devolviesen su pertenencia.
Los marineros estaban muy asustados, pero su líder se mantenía firme y confiado. Ordenó que preparasen los cañones y que hicieran fuego.
El dragón oyó el estampido del disparo y vio una nube de humo salir del barco: una bala de cañón se aproximaba a él. Era tan redonda y brillaba a la luz del sol igual que su tesoro.
El dragón pensó que le estaban devolviendo la perla por lo que abrió la boca y se tragó la bala. Era tanto el peso de ésta que la bestia se hundió en el mar y nunca volvió a aparecer.