jueves, 10 de diciembre de 2009

El misterio de James Bartley







James Bartley era un marinero inglés de 21 años cuando realizó su primer viaje a bordo del ballenero The Star of the East. Corría el año 1891, y el barco iba tras una ballena, navegando en el Atlántico Sur. Frente a la costa de las Islas Malvinas. Perseguían un cachalote, la más grande de las ballenas con dientes.


Los cachalotes son los mamíferos que se sumergen más profundo en el océano; y es el animal carnívoro más grande sobre la Tierra. Puede medir hasta 25 metros de largo y su cuerpo alcanza una temperatura algo superior a los 40 Cº. Tiene una cabeza enorme, su boca es mayor a la de cualquier otro animal.


En un determinado momento, los arponeros avistaron el cachalote y dieron la voz de alarma al resto de la tripulación. Todos se aprestaron a la caza y se pusieron en movimiento. Desde el barco, echaron al agua dos botes más pequeños con el cargamento necesario para acercarse al animal y apresarlo.


Cuando se encontraban más cerca, un arponero atravesó el cuerpo de la ballena con un arpón submarino.El animal se agitó violentamente por el dolor, y de un coletazo volcó uno de los botes. Todos sus tripulantes cayeron al agua. Apremiados por la situación, los integrantes del bote restante se apresuraron a rescatarlos, y pudieron salvar a todos, excepto a dos de ellos, entre los que se encontraba el marinero Bartley. Luego de una intensa búsqueda sin obtener resultados, se pensó que se habían ahogado.


Finalmente, el cachalote murió, y tras conducirlo a la costa, comenzaron a abrirlo. En esos tiempos, el aceite de ballena era muy apreciado por su altísimo valor, ya que se empleaba para fabricar muchos productos. De los intestinos del cachalote se obtenía el ámbar gris, una sustancia cerosa que se utilizaba para fabricar perfume. Al abrir el animal, se encontraron con un bulto en el interior de la ballena, y creyeron que era el ámbar gris… Pero el bulto se movía.¡Era James Bartley! Estaba vivo, pero muy pálido. Los demás marineros debieron reanimarlo con agua helada de mar para que volviera en sí. Cuando despertó, comenzó a vociferar y a intentar golpear a todo el que se le acercara. Se volvió loco y tuvieron que atarlo a la cama de su camarote.

Lentamente se mejoró. Lo único que recodaba, tras ser tragado por la ballena, era que permanecía en una total oscuridad, deslizándose lentamente por un conducto blando y viscoso al tacto, y que antes de perder el conocimiento, había sentido muchísimo calor.A su regreso a Londres, Bartley se dedicó a ser zapatero remendón, y murió tranquilamente en su cama en 1909.


¿Cómo pudo alguien seguir con vida después de ser tragado por un cachalote?... ¡Es todavía un misterio!

viernes, 27 de noviembre de 2009

Pegaso, el caballo alado


Pegaso era un caballo blanco con alas, nacido del encuentro entre Poseidón, el dios griego del mar y de los caballos, y Medusa, una de las tres Gorgonas. Cuando Perseo, mitad dios por tener a Zeus como padre, acabó con su vida tras una lucha cruenta, Pegaso nació del cuello de la Gorgona, al igual que su hermano, el gigante Crisaor, y al salir batiendo sus alas se elevó, momento en que aprovechó Perseo y subiéndose a él, escapó de las otras dos Gorgonas. Así nació Pegaso.
Su nombre, Pegaso, o Pegasus, proviene de Pagé que significa en griego “manantial”. Este fabuloso caballo, indomable, que volaba moviendo las patas como si corriera sobre el mismo aire, poseía el poder de hacer surgir agua allí donde pisase y poseía, además, un carácter indomable que lo convirtió en reto para aquellos que ansiaban tenerlo bajo su mando. Como, por ejemplo, Belerofonte.
Belerofonte, héroe griego hijo del Rey Glauco de Corinto, vivía obsesionado con capturar a Pegaso hasta que una noche Atenea, diosa de la razón, regaló una solución al ansioso héroe para capturar al rebelde caballo alado: una brida de oro que le permitiría domarlo. Y funcionó, convirtiéndose así Pegaso en el compañero de las hazañas mitológicas que más tarde llegarían. Ahora bien, un día Belerofonte quiso más, quiso convertirse en dios y llegar montado sobre el corcel hasta el mismo monte Olimpo. Zeus ante tal osadía mandó a un pequeño insecto a que picara a Pegaso, (otros cuentan que fue un rayo lo que le envió). Este, al sentir la punzada, se revolvió de tal manera que el pretencioso héroe corintio cayó al suelo quedando lisiado de por vida. Así Pegaso consiguió escapar de él y alejarse batiendo sus alas.



Por fin Pegaso volvía a volar en libertad. Pero cierto día ocurrió que en el monte de nombre Helicón se celebraba un concurso de preciosas voces. Tan bellas eran que el monte se fue elevando hacia el cielo sin control ninguno. Ante esto Poseidón mandó a Pegaso a dar un coz a la montaña para parar su exorbitado crecimiento, orden que fue cumplida. Ahora bien, donde Pegaso golpeó nació una fuente, la Fuente Hipocrene, fuente consagrada a la inspiración que proporcionan las Musas.
Además, Zeus lo nombró portador del rayo y del trueno, símbolos máximos de su poder, y el encargado de conducir el carro de Aurora, que con su paso anuncia día, antes del amanecer, la llegada de su hermano Helios, que no es otro que el Sol. Con el paso del tiempo, Zeus lo convirtió en una constelación formada por cuatro magníficas estrellas brillantes en forma de cuadrilátero.

jueves, 26 de noviembre de 2009

La leyenda del Sol y la Noche


Hacía ya muchos años que el Sol besaba a la Montaña.

Con su resplandor la acariciaba de la cúspide a la falda.Marrón, amarilla o negra en sus extensas laderas, ella siempre daba hijos verdes: ornamentales o de suaves frutos.

El Sol enamorado le trajo un día a Arco iris y abrillantó el espacio infinito de azul. Con jirones de nubes hizo un collar muy blanco que ella movió coqueta alrededor de su garganta de piedra. Claro y diáfano, duraba el Día para siempre.

En cierta ocasión, Sol se vió obligado a separarse de Montaña. Fue cuando descubrió en un acantilado, una caverna cubierta de espesa vegetación. Helechos gigantes, hiedras y enredaderas formaban una tupida puerta que ni el más valiente rayo podía traspasar.Sol se puso frío de preocupación.

Él que era el centro del universo, no podía permitir que una simple cueva escapara de su luz.Radiante, esplendoroso, reunió toda la energía de su potente luz. Primero envió Rayos Tibios de la Alborada. Ágilmente lucharon contra Rocío y Escarcha hasta evaporarlos en un débil rastro de humo gris.

La cueva permaneció cerrada y sin luz. Después llegaron raudos Rayos de Media Mañana. Lucharon con todo su calor, pero no pudieron pasar de las enredaderas. Finalmente descendieron Rayos de Pleno Mediodía. Ardientes, verticales; quemaron piedras y marchitaron hiedras, pero la cueva se mantuvo cerrada y sin luz.

Sol, desaforado llamó a su hermano Viento. Viento rompió el collar de nubes de la hermosa Montaña. Así desató a Lluvia, agua precipitada que suelta y juguetona dio muchísimas vueltas antes de regresar a su mullida casa de algodón. Por horas, Viento y Lluvia azotaron a Montaña. Quebraron cedros, robles, ébanos y caobos, sin contar limoncillos, aguacates y un manaclar sin dueño.


Los pinos destrozados cubrieron grandes zonas, pero la cueva permaneció cerrada y sin luz.Cuando Viento y Lluvia se marcharon vencidos, hilos de plata descendieron incontenibles: Montaña lloraba sus árboles caídos. Tras el susurro de riachuelos, una mujer de sombras, con piel hecha de sueños y pies transparentes, con larga cabelleza a modo de manto sobre el cuerpo desnudo, salió de la caverna.

Un grito agudo, como de ave triunfante salió de su garganta. Calor, Lluvia y Viento había vencido, ¿dónde estaba ese Sol arrogante?Sol regresó en ese mismo instante. Clavó en la extraña sus pupilas de fuego. Sin poder soportarlo, ella corrió a ocultarse, pero sus pies de agua se le voltearon presos de las raíces brotadas.

Un grito de dolor se escuchó en el silencio y Viento lo bautizó "jupido".Cubrió sus pies distintos con su melena enorme. Perdida, elevó altiva su mirada de orgullo. Desafiante clavó en el astro sus pupilas de abismo.Valiente, Sol enfrentó aquella ira por él desconocida, pero lanzas de hielo penetraron en su cuerpo candentes y enigmas y misterios, preguntas sin respuestas hirieron brutalmente su cuerpo hecho de luz.

Fue en ese momento que escaparon unidos los colores de la vida: azul, rojo, amarillo... dejaron el espacio a uno solo más fuerte que creció incontenible amenazando a Sol. Entonces Montaña se removió temblando desde la tierra llana, retorciendo su cumbre. Todos los hijos verdes se estremecieron juntos y desencadenaron un poderoso alud.

Entre lluvia de piedras y sacrificio de árboles Sol se recuperó.Cegada para siempre, Ciguapa tambaleaba. Sus pies volteados negáronle equilibrio. Y ahora que no podía darle a nadie la espalda, si entraba o si salía del refugio de piedra fue de vida o de muerte... Cayó precipitada y su larga melena brillante de betún iba cubriendo todo con su oscuro misterio: los árboles, las peñas, los ríos y sus orillas, bohíos y corrales, valles, pueblos y riscos... La Noche había nacido para oponerse al Sol.

Desde entonces, la claridad termina después de doce horas de cálido esplendor. El Sol besa a la Montaña. La rodea de Arco iris, de un infinito azul, después se va prudente dando paso a esta Noche que oscura y silenciosa hace brillar estrellas en su enorme melena de apagado carbón......

A veces, en luna llena, Montaña se apiada de Noche Serena. La deja entrar con la tristeza prendida en su melena... dicen que va derecho hasta el charco de plata que hay en su antigua cueva y con polvo de estrellas se lava sus dos pies.






(leyenda Republica Dominicana)

miércoles, 25 de noviembre de 2009

La oscuridad


Como siempre, Julia sólo pulsó el botón de parada del vídeo cuando desaparecieron los últimos títulos de crédito de la película y la niebla se apoderó de la pantalla. Una vaga inquietud comenzó a apoderarse de ella. No tendría que haber visto una película de terror a horas tan tardías. Eran más de las doce y no le quedaba más remedio que acostarse y apagar las luces.


Estaba sola en casa, a excepción de su hijo pequeño, que dormía plácidamente en la pequeña cama de su habitación. Su marido tenía turno de noche en la fábrica y no volvería hasta las siete de la mañana. Se había sentido aburrida y había puesto la película, una historia de muertos vivientes que la había impresionado más de lo que ella pensaba. La película duró más de la cuenta y ahora ella no tenía más remedio que apagar las luces y acostarse sola; tenía que levantarse temprano para ir a trabajar, iba a ser un día muy atareado, y no podía demorar más tiempo el momento de apretar el interruptor.


Miró el reloj y la cama vacía e intentó borrar de su mente el oscuro temor de siempre a la oscuridad, a dormir sola, al espacio vacío debajo de su cama, a los armarios que, a esas horas de la noche, parecían ominosos y amenazadores. Uno de ellos tenía una puerta levemente abierta. La cerró del todo. Esa rendija de oscuridad siempre la había asustado, le parecía que, de repente, la rendija comenzaría a ampliarse, provocada por una mano invisible que empujaba la puerta. Notó como su pulso se estaba acelerando. No tenía que haber visto esa película. Lo que le había parecido entretenido a las diez de la noche, cuando podía oír las animadas conversaciones de los vecinos que le llegaban por la ventana entreabierta, ahora le parecía terrorífico.



El silencio se extendía por todo el edificio y ella casi podía notarlo como un zumbido sordo y constante en sus oídos. Por fin, decidió irse a dormir y desterrar de su mente todos esos absurdos temores.



No obstante, no pudo evitar cumplir con su inevitable ritual. Antes de apagar las luces miró debajo de la cama. Como siempre, nada. Nunca había encontrado nada que la pudiera intranquilizar, pero jamás, desde su infancia, había dejado de echar un vistazo. Aunque su marido se reía de sus miedos y, al principio, había intentado desterrar esa manía, con el tiempo la había aceptado como una pequeña excentricidad y, salvo alguna broma ocasional al respecto, la había dejado por imposible.

Después, lo de siempre. Se dirigió hacia el interruptor de la luz, lo apagó y, corriendo, se quitó las zapatillas y se metió en la cama, tapándose a continuación la cabeza y sintiendo su corazón latir algo más rápido de lo acostumbrado. La oscuridad la aterrorizaba. Intentó concentrarse en pensamientos alegres, su marido besándola por la mañana cuando llegara, su hijo de un año y medio despertando y buscándola; pero era imposible. Cuando dormía sola, antes de que el sueño se apoderase de ella, solamente miedos oscuros e ideas terroríficas venían a su mente. Solamente podía pensar en manos que la cogerían por los tobillos desde debajo de la cama, en la puerta del armario abriéndose con un crujido siniestro para dar paso a un ser de pesadilla... Sus manos atenazaban el borde de las mantas, rogaba que el sueño le sobreviniese pronto y despertar, como siempre, en la habitación bañada de luz.


Supuso que había pasado una media hora cuando comenzó a invadirla aquella agradable laxitud, la flojedad en sus miembros y su mente que ella siempre identificaba con la llegada del sueño salvador. Pero algo hizo que esa sensación desapareciese bruscamente. Oyó un ruido debajo de la cama. Su corazón comenzó a latir cada vez más deprisa, su boca se abrió, pero no pudo gritar. Pensó en un ratón, algún pequeño animal que reptaba por el suelo y que desaparecería en cualquier momento. Se aferró a esa idea con desesperación, para darse cuenta con un infinito de que aquel ruido no podía causarlo ningún vulgar ratoncillo. Eran unos siniestros crujidos, seguidos de una espantosa caricatura de respiración, algo así como el ruido que emite un asmático en una crisis, un espantoso y cavernoso gorgoteo. La mente de Julia comenzó a escapar hacia las regiones oscuras de la locura y el espanto infinitos. Aquello estaba reptando debajo de su cama, moviéndose siniestramente en la oscuridad, y aquel sonido de respiración parecía casi humano. En cualquier momento una oscura garra surgiría de debajo de su cama y atraparía su mano agarrotada por el terror, y algo monstruoso caería sobre ella. ¡Ahora, ahora, ahora! Esta palabra se repitió en su cabeza cada vez más deprisa, mientras Julia esperaba el momento fatídico, mientras su corazón latía desbocado, amenazando con estallar. ¡Ahora, ahora, ahora...!

El marido de Julia nunca logró olvidar lo que vio en su dormitorio cuando volvió de trabajar. Sus infrahumanos gritos de horror despertaron a todo el vecindario. Seguía gritando enloquecido cuando los vecinos, tras forzar la puerta de su piso, lo encontraron. Su mujer yacía boca arriba en la cama, los ojos espantosamente abiertos, las manos contraídas y agarrotadas aferrando el borde de las sábanas. Muerta. Muerta de miedo. Pero no menos horroroso fue lo que encontraron debajo de la cama. Un pequeño cuerpo asfixiado que, gateando, había ido a enredarse en unos plásticos, muriendo asfixiado tras una horrible agonía.



¡Su hijo pequeño, muriendo ahogado bajo la cama de su madre que moría de terror!






Andrés Moreno G.

martes, 24 de noviembre de 2009

La Titanomaquia


Apenas fueron creados Cielo y Tierra, un titan cruel se apoderó de ellos.

Se llamaba Cronos. Se mostró tan afanoso de poderío, que hizo matar a traición a su mismo padre, Urano, porque temía que éste intentara destronarlo.

Pero tampoco después de este delito se sintió tranquilo Cronos.

Un oráculo le había predicho que uno de sus hijos llegaría a ser algún día rey del Olimpo, destronándolo a él


.La esposa de Cronos, llamada Gea, se sintió feliz cuando dio a luz un hermoso niño. Lo presentó al marido para que lo acariciase, pero éste, temiendo que se cumpliera algún día la predicción del oráculo, devoró al niño. La escena se repitió varias veces. Cada vez que nacía un hijo de Cronos, el cruel soberano del Cielo y de la Tierra lo devoraba, sin preocuparse por las protestas de su esposa.



Ésta, disgustada por tantos infanticidios, pensó salvar al hijo próximo a nacer y recurrió a las ninfas del bosque. Les pidió a éstas que se llevaran al recién nacido y lo cuidaran lejos del Olimpo.

Una gruesa piedra envuelta en blancos pañales sustituyó en la cuna a Zeus, que así se llamaba el niño.

Zeus creció fuerte y vigoroso en el bosque, rodeado de los cuidados de las ninfas y de los Coribantes, sacerdotes de la diosa Cibeles, uno de los nombres de Gea, Rea o Era.


Cuando llegó a la edad adulta, el joven conoció la historia de su nacimiento y de los infanticidios de Cronos. Juró entonces poner fin al despiadado imperio de su padre, y para ello desencadenó a los titanes, gigantes que estaban encadenados desde hacía miles de años en las profundidades de oscuras cavernas.


No todos los titanes se aliaron con Zeus; muchos se pusieron de parte de Cronos. Durante largos años, la lucha fue tremenda. Los combatientes se arrojaban enormes rocas, que provocaban grandes sacudimientos sobre la Tierra.

Dado que la lucha seguía indecisa, Zeus pidió ayuda a los Cíclopes. Éstos eran gigantes que, encadenados en talleres subterráneos, forjaban rayos. El hijo de Cronos prometió liberarlos de las cadenas si estaban dispuestos a ponerse a su servicio, y ellos respondieron:

-Señor, estamos de tu parte y te obedeceremos.

Los rayos de los Cíclopes fueron más eficaces que las rocas arrojadas por los titanes adversos, y éstos fueron arrojados al triste reino de los muertos.

Zeus pudo entonces, dominar en el Cielo y en la Tierra, sobre los hombres y los dioses, regulando el curso de los astros desde la cima del monte Olimpo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Dionisos y los piratas


Dionisos o Baco, hijo de Zeus y Sémele, había sido criado por las Horas y las Ninfas lejos del Olimpo, morada de los dioses. Recibió enseñanza de las musas y, amante del vino y la alegría, se declaró protector de las vendimias.



Un día adoptó la apariencia de un muchacho y se puso a contemplar la belleza del mar en una playa desierta.
En aquel momento acertó a pasar por allí una nave de piratas. Éstos decidieron desembarcar para capturar al jovencito.
-Lo llevaremos a Chipre- dijo el capitán del barco-, y si pertenece a alguna familia rica, conseguiremos un buen rescate.
Dionisos no opuso resistencia. Más bien le agradó el comienzo de aquella aventura. Los marineros lo llevaron a bordo y lo ataron al palo mayor de la nave, con todo cuidado.

Grande fue la sorpresa de los piratas al ver que el prisionero no sólo no oponía resistencia, sino que sonreía continuamente. Pero el asombre de aquella gente llegó al colmo al comprobar que los nudos más retorcidos y apretados eran desatados por Dionisos con suma facilidad. Con ligeros movimientos de los músculos, el joven se liberó, rápidamente, de todas las ligaduras.
Un viejo marinero tomó la palabra y dijo:
- Amigos, no desafiemos a los dioses. Este jovencito no es un ser común como nosotros. Debe gozar seguramente de la protección de algún dios, y quizás sea él mismo un dios. Liberémoslo y honrémoslo como se merece.
Una carcajada general recibió el prudente consejo del viejo. El capitán, burlándose de su antiguo camarada de aventuras, respondió:
-Lo liberaremos, sí, pero después de recibir un buen rescate por él. ¿No has advertido, viejo tonto, que los nudos con que tú lo ataste se pueden desatar con un poco de habilidad?
Dionisos fue dejado en libertad a bordo, pero no se movió de junto al palo mayor en que se apoyaba. Le divertían las maniobras de los marineros y lo alegraban las canciones que éstos entonaban.
La nave se dirigía a velas desplegadas hacia la isla de Chipre. Al anochecer, los marineros se disponían a descansar, cuando vieron con asombro que del palo en que estaba apoyado el prisionero surgía un arroyuelo rojo que tenía un olorcillo encantador. Era vino. Y el asombro de los piratas subió de punto cuando vieron que los palos de la nave, y el cordamen se transformaban en troncos de vides y en retorcidos sarmientos.

El miedo del capitán ante tal prodigio se transformó en terror cuando vio que el indefenso joven se transformó en un soberbio león.
El espanto impulsó a los marineros hacia la popa del barco, y uno a uno fueron arrojándose al mar.

Al tocar el agua, los piratas se transformaron en delfines, que escoltaron la nave. Ésta seguía navegando gallardamente, pero el dios Dionisos, el dios alegre, conocido también con el nombre de Baco, había desaparecido. Había volado hacia el monte Olimpo, que es la augusta morada de los dioses.




lunes, 16 de noviembre de 2009

La leyenda del conejo de la luna



Si miramos al cielo en una noche despejada y con una buena visibilidad nocturna, observando atentamente a nuestro astro natural, podremos visualizar, ayudándonos con nuestra imaginación, la imagen de un conejo saltando en él. Una vieja leyenda maya intenta explicar el por qué de esta figura: es la Leyenda del Conejo en la Luna o la del Conejo Lunar.

Esta leyenda cuenta que un día el gran dios maya Quetzalcóatl decidió salir a dar una vuelta por la tierra disfrazado en forma humana. Tras caminar mucho y durante todo el día, a la caída del sol sintió hambre y cansancio, pero sin embargo no se detuvo. Cayó la noche, salieron a brillar las estrellas y se asomó la luna en el horizonte, y ese fue el momento en que el gran Dios decidió tomar asiento a la vera del camino para descansar.

En ello estaba cuando observó que se le acercaba un conejo, que había ido a cenar. Quetzalcóatl le preguntó qué estaba comiendo, y el conejo le respondió que comía zacate, y humildemente le ofreció un poco. Sin embargo, la deidad contestó que él no comía aquello, y que probablemente su fin fuera morir de hambre y de sed. Horrorizado ante tal posibilidad, el conejo se le acercó aún más y le dijo que, por más que él sólo fuera una nimia y pequeña criatura, bien podría servir para satisfacer las necesidades del Dios, y se auto ofreció para ser su alimento.

El corazón de Quetzalcóatl se ensanchó de gozo, y acarició amorosamente a la pequeña criatura. Tomándolo entre sus manos, le dijo que no importaba cuán pequeño fuese, a partir de aquél día todos lo recordarían por aquella acción de ofrecer desinteresadamente su vida para salvar otra. Luego lo levantó alto, tan alto, que la figura del conejo quedó estampada sobre la superficie lunar. Luego volvió a bajarlo cuidadosamente y le mostró aquella imagen suya, retratada para siempre en luz y plata, que quedaría allí por todos los tiempos y para todos los hombres.

sábado, 14 de noviembre de 2009

El nombre secreto de Ra





Ra, el poderoso dios que vino a la existencia por sí mismo, el que hizo los cielos, la tierra, las aguas, que creó la vida, el fuego, a los hombres y dioses, al ganado y los reptiles, a las aves y peces, el rey de los hombres y de los dioses, para quien los eónes son como años, tenía muchos nombres que ni siquiera los dioses conocían.



Isis, la Gran Maga, era una mujer de palabra hábil, más hábil que los corazones de un millón de hombres. Sobresalía sobre millones de dioses, y era más astuta e inteligente que millones de aj. Conocía, como Ra, el demiurgo, todo lo que puede saberse sobre el Cielo y la Tierra. La diosa tramó en su corazón averiguar el nombre secreto del dios, el que le daba el poder sobre el resto de hombres y dioses.





Cada día Ra surgía, sobre su barca, del lado oriental del horizonte para realizar su travesía por los cielos y sumergirse en el lado occidental, al atardecer, realizando su viaje nocturno por las regiones de la Duat, a las que iluminaba con su luz. Pero eran ya muchos los viajes que el dios había realizado y día a día envejecía un poco más. Cuando atravesaba las tierrras de Egipto su cabeza se balanceaba de lado a lado, su mandíbula temblabla y de su boca le caía la saliva que regaba la tierra.


Un día Isis recogió la saliva con su mano, mezclándola luego con la tierra y moldeando así una serpiente que dio origen a la primera cobra. No necesitó emplear su magia para llevar a cabo esta creación, porque en la criatura se encontraba la propia sustancia divina de Ra. Isis tomó la serpiente inerte y la situó en el camino que su padre recorría a diario de Oriente hacia Occidente atravesando las Dos Tierras, de acuerdo al deseo de su corazón.


Después de que Ra ascendiese por el horizonte Oriental, mientras avanzaba en su viaje junto con su comitiva de dioses pasó, como de costumbre, por el lugar en el que Isis había dejado la serpiente y ésta se irguió para, rápidamente, en un movimiento justo y certero, morder la carne del dios, transmitiéndole así todo el fuego de su poderoso veneno. Ra abrió su boca y la voz de su Majestad alcanzó los cielos. La Enéada de dioses gritó entonces: '¿Qué os ocurre señor?', y todos los dioses preguntaron: '¿Qué es lo que os ha sucedido?' Pero Ra, el creador, el poderoso dios que había dado origen a todas las cosas y seres del mundo, no pudo responderles, porque no encontró fuerzas suficientes para ello. Sus mandíbulas temblaban y todos sus miembros se estremecían a medida que el veneno avanzaba por su cuerpo, como el Nilo se apodera de todas las tierras a lo largo de su curso.



Después de que el gran dios hubo hecho firme su corazón, dijo a aquellos que le seguían: 'Venid a mí. ¡Oh, vosotros, que vinisteis a la existencia de mi cuerpo! ¡Vosotros, dioses que habeis surgido de mí! Que se os haga saber qué es lo que me ha sucedido. Una criatura mortal me ha herido. Mi corazón lo presiente, pero no sé de qué se trata, porque mis ojos no han podido verla, ni mis manos la han moldeado. Es desconocida entre todo lo que yo he creado. Nunca he sentido un dolor tal, no conozco nada tan mortal. Soy el Gobernador y el hijo de un Gobernante, el fluido producido por un dios. Soy un Grande, el hijo de un Grande. Fue mi padre quien pensó mi nombre. Tengo múltiples nombres y múltitud de manifestaciones, y mi Ser está en cada uno de los dioses que existen. Soy proclamado como Atum y como Horus de la Alabanza. Mi padre y mi madre pronunciaron mi nombre, que estaba oculto en mi cuerpo incluso antes de nacer, de modo que nadie puede tener poder sobre mí mediante sus palabras. Cuando salí para ver mi obra y avanzaba por las Dos Tierras, algo me mordió, pero no sé qué es. No es fuego, ni tampoco agua, pero siento el fuego en mi corazón, mis miembros tiemblan y se estremecen. Venid, hijos míos, dioses, venid a mí, aquellos que conocen la gloria de las palabras y quienes conocen su mágica pronunciación, los de poderosa influencia que alcanza hasta los cielos'

Todos los dioses acudieron a la llamada de Ra, y también lo hizo Isis, la Gran Maga, con su glorioso poder y eficaz palabra. Isis dijo: '¿Qué es esto? ¿Qué es lo que te ha sucedido?, Padre Divino, ¿Ha sido, quizá, una serpiente la que te ha transmitido ese dolor? ¿Una de tus creaciones ha alzado su corazón en tu contra? Si así es yo expulsaré el dolor que te aflige y lo destruire con mis hechizos.'


Ra abrió su boca para contestar: 'Cuando viajaba a lo largo de mi camino, cuando atravesaba Las Dos Tierras, y los países extranjeros, deseoso de que mi corazón percibiese mi obra, una serpiente a la que no pude ver me mordió. No es fuego, no es agua. Siento el frío en mi cuerpo como el agua, siento el calor del fuego, todos mis miembros tiemblan y el sudor corre por mi cuerpo. Me estremezco, mi ojo se encuentra inseguro y no puedo distinuguir los cielos. La humedad me alcanza el rostro como los calurosos días del verano.'



Isis nuevamente habló y ahora su voz era cálida y reconfortante: 'Venid, decidme, oh Señor, vuestro nombre, oh divino padre, vuestro verdadero nombre, el nombre secreto que sólo vos conoceis, porque solamente vivirá aquel que es llamado por su verdadero nombre'.





Y Ra contestó con todos los nombres que poseía: 'Soy el creador del Cielo y la Tierra, quien puso las montañas y creó todo lo que existe. Soy el que dio origen a las Aguas, hizo que la Gran Inundación viniera a la existencia. Soy quien moldeó al 'Toro de su Madre', para que el deleite sexual viniera a la existencia. Soy quien labró el cielo y los huecos ocultos de los Dos Horizontes, dentro de los cuales situé las almas de los dioses. Soy aquel que cuando abre los ojos origina la luz y cuando los cierra provoca la oscuridad, a cuyas ordenes las aguas del Nilo ascienden y cuyo nombre los dioses no conocen. Soy quien creó las horas y así los días vinieron a la existencia. Soy el que abre los festivales del año, el creador del flujo de corriente de las aguas. Soy quien dio origen al fuego, para que los trabajos de los hombres pudiesen llevarse a cabo. Soy Jepri por la mañana, Ra al mediodía, y Atum por la tarde.'




Pero Isis conocía ya todos esos nombres, al igual que el resto de la Humanidad, en tanto Ra seguía guardando dentro de sí su nombre secreto. Mientras, el dolor se acrecentaba y el veneno corría a través de sus venas como el fuego. Entonces Isis se dirigió nuevamente a Ra diciéndole: 'No son esos los nombres que necesito para curaros, es necesario que me digais vuestro nombre secreto, aquel que sólo vos conoceis, y el veneno será expulsado. Sólo vivirá aquel que manifiesta su verdadero nombre’.





Ra estremecido por el dolor que le quemaba con ferocidad, más poderoso que las llamas de fuego dijo:' Acércate Isis, ven aquí y deja que mi nombre, pase de mi cuerpo al tuyo. Yo, el más divino entre los dioses, lo he mantenido oculto, para que mi asiento en la Barca Divina, de millones de años, pudiera ser extenso. Cuando salga de mi corazón, díselo a tu hijo Horus, después de que le hayas jurado por la vida del dios, y hayas puesto el dios en sus ojos.’ Tras esto el gran dios reveló su nombre a la diosa.




Entonces Isis, la Grande de hechizos, dijo: '¡Arrójate fuera, veneno! ¡Sal fuera de Ra! ¡Oh Ojo de Horus, sal fuera del dios que ha dado origen a la vida por medio de sus palabras! Soy yo quien realiza este hechizo, soy yo quien envía fuera el poderoso veneno, para que caiga sobre la tierra. El gran dios me ha entregado su nombre. ¡Ra vivirá y el veneno morirá!, ¡el veneno muere y Ra vivirá! Así fue como habló Isis la Grande, Señora de los Dioses, que conoce a Ra en su propio nombre.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La india Mapiripana

La indiecita Mapiripana era una india joven, bella y fuerte perteneciente a la tribu de los maipureños colombianos. Es la sacerdotisa de los silencios y la protectora de manantiales y lagunas. Habita en el más oscuro corazón de las selvas, y se dedica a exprimir las nubes, encauzar las filtraciones acuíferas que bajan desordenadas y buscar perlas de agua en los barrancos para formar nuevas vertientes que se encaminen hacia los grandes ríos, como el Orinoco y el Amazonas.








Los indios del lugar le temen a la indiecita, pero ella tolera la cacería siempre que no hagan ruido; los que hacen caso omiso de esto no cazan nada, ya que pueden observarse en la arcilla fina de la ribera de los ríos la huella de la indiecita, que ha pasado asustando a todos los animales. Su pisada es fácil de reconocer; ya que posee un solo pie y camina con el talón hacia adelante, como si lo hiciera retrocediendo. En sus manos carga una planta parásita, y ella fue quien enseñó a los indios a usar los abanicos de palmera. En las noches puede oírsela gritar en la espesura de los bosques, y por las noches de plenilunio se la ve vadera las costas, navegando sobre una concha de tortuga tirada por bufeos que mueven las aletas mientras ella canta.



Se cuenta que hace muchos años llegó a la tierra de la indiecita un misionero que gustaba de emborracharse con jugo de palma y dormir en los arenales con indias impúberes. Como era un emisario de la religión, esperó un día que bajara la india de los remansos del Chupave, para capturarla y quemarla viva. La observó entonces esa noche, robando huevos de terca, vestida con telarañas y apariencia de viudita joven. Comenzó a seguirla con afanes lujuriosos, pero la indiecita le escapaba en la oscuridad y la espesura. La llamaba, gritándole entre los árboles; pero la india no respondía. Así el misionero llegó a una caverna en medio de la selva, donde fue capturado por la indiecita y preso durante muchos años.







Para castigar su lujuria, Mapiripana le chupaba los labios hasta rendirlo, y el clérigo cerraba los ojos, perdiendo la sangre, para no verle el rostro. Ella quedó encinta a los pocos meses y parió dos mellizos: un vampiro y una lechuza, Horrorizado el misionero por haber engendrado esos monstruos, se fugó de la caverna, pero fue perseguido por sus propios hijos, y todas las noches era sangrado por el primero y descubierto y reflejado por el segundo.







Ya desesperado, y tras una larga huida a pie o en balsa por los ríos, se postró para pedirle perdón a Mapiripana, pero esta le respondió “¿Quién puede librarse de sus propios remordimientos?”







Entonces el misionero se entregó a la oración y a la penitencia y murió´ demacrado y envejecido. En su última agonía lo halló la indiecita, revolviendo las manos en el aire, como para agarrar la propia alma que se le escapaba; al morir quedó en el aire revoloteando una mariposa enorme y de alas azules, que es la última visión de los que mueren de fiebres en las selvas colombianas.