miércoles, 18 de noviembre de 2009

Dionisos y los piratas


Dionisos o Baco, hijo de Zeus y Sémele, había sido criado por las Horas y las Ninfas lejos del Olimpo, morada de los dioses. Recibió enseñanza de las musas y, amante del vino y la alegría, se declaró protector de las vendimias.



Un día adoptó la apariencia de un muchacho y se puso a contemplar la belleza del mar en una playa desierta.
En aquel momento acertó a pasar por allí una nave de piratas. Éstos decidieron desembarcar para capturar al jovencito.
-Lo llevaremos a Chipre- dijo el capitán del barco-, y si pertenece a alguna familia rica, conseguiremos un buen rescate.
Dionisos no opuso resistencia. Más bien le agradó el comienzo de aquella aventura. Los marineros lo llevaron a bordo y lo ataron al palo mayor de la nave, con todo cuidado.

Grande fue la sorpresa de los piratas al ver que el prisionero no sólo no oponía resistencia, sino que sonreía continuamente. Pero el asombre de aquella gente llegó al colmo al comprobar que los nudos más retorcidos y apretados eran desatados por Dionisos con suma facilidad. Con ligeros movimientos de los músculos, el joven se liberó, rápidamente, de todas las ligaduras.
Un viejo marinero tomó la palabra y dijo:
- Amigos, no desafiemos a los dioses. Este jovencito no es un ser común como nosotros. Debe gozar seguramente de la protección de algún dios, y quizás sea él mismo un dios. Liberémoslo y honrémoslo como se merece.
Una carcajada general recibió el prudente consejo del viejo. El capitán, burlándose de su antiguo camarada de aventuras, respondió:
-Lo liberaremos, sí, pero después de recibir un buen rescate por él. ¿No has advertido, viejo tonto, que los nudos con que tú lo ataste se pueden desatar con un poco de habilidad?
Dionisos fue dejado en libertad a bordo, pero no se movió de junto al palo mayor en que se apoyaba. Le divertían las maniobras de los marineros y lo alegraban las canciones que éstos entonaban.
La nave se dirigía a velas desplegadas hacia la isla de Chipre. Al anochecer, los marineros se disponían a descansar, cuando vieron con asombro que del palo en que estaba apoyado el prisionero surgía un arroyuelo rojo que tenía un olorcillo encantador. Era vino. Y el asombro de los piratas subió de punto cuando vieron que los palos de la nave, y el cordamen se transformaban en troncos de vides y en retorcidos sarmientos.

El miedo del capitán ante tal prodigio se transformó en terror cuando vio que el indefenso joven se transformó en un soberbio león.
El espanto impulsó a los marineros hacia la popa del barco, y uno a uno fueron arrojándose al mar.

Al tocar el agua, los piratas se transformaron en delfines, que escoltaron la nave. Ésta seguía navegando gallardamente, pero el dios Dionisos, el dios alegre, conocido también con el nombre de Baco, había desaparecido. Había volado hacia el monte Olimpo, que es la augusta morada de los dioses.




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