viernes, 30 de octubre de 2009

Historia de halloween

... según cuenta la historia ...




Un hombre irlandés, tacaño y muy bebedor, llamado Jack, tuvo la mala fortuna de encontrarse con el diablo en un bar, en la Noche de Brujas, como algunos afirman. Jack había bebido mucho y aún tenía mucho más por beber, estaba apunto de caer en las garras del diablo. Pero pudo engañar al diablo ofreciéndole su alma a cambio de un último trago. El diablo se transformó en una moneda para pagarle al camarero, pero Jack rápidamente lo tomó y lo puso en su monedero. Como Jack tenía una cruz en su monedero, el diablo no pudo volver a su forma original. Jack no dejaría ir al diablo hasta que le prometiera no pedirle su alma en 10 años.



Diez años más tarde, Jack se reunió con el diablo en el campo. El diablo iba preparado para llevarse el alma de Jack, pero Jack pensó muy rápido y dijo: "Iré, pero antes de hacerlo, ¿me pasarías la manzaña que está en ese árbol por favor?". El diablo pensó que no tenía nada qué perder, y de un salto llegó a la copa del árbol, pero antes de darse cuenta, Jack ya había tallado una cruz en el tronco de un árbol con un cuchillo. Entonces el diablo no pudo bajar, sin atrapar a Jack y sin obtener su alma. Jack lo hizo prometer que jamás le pediría su alma nuevamente, y el diablo tuvo que aceptar, pues no le quedaba nada más por hacer.





Jack murió unos años más tarde, pero no pudo entrar al cielo, pues durante su vida había bebido mucho y había sido un estafador. Pero cuando intentó entrar, por lo menos la infierno, el diablo tuvo que enviarlo de vuelta, pues no podía tomar su alma. "¿Adónde iré ahora?", Preguntó Jack, y el diablo le contestó: "Vuelve por donde viniste". El camino de regreso era oscuro y con mucho viento. El diablo le lanzó a Jack un carbón encendido directamente del infierno, para que se guiara en la oscuridad, y Jack lo puso en un naboque iba comiendo, para que no se apagara con el viento.


....Jack fue condenado a caminar en la oscuridad eternamente.....


Pero creo saber qué te estarás preguntando: ¿qué tienen que ver los nabos con las calabazas?. Aquí va la respuesta. Los pobladores de las islas británicas, especialmente Irlanda, son descendientes de los celtas, por eso como mandaba la tradición celta ahuecaban nabos y ponía carbón en ellos para iluminar, y así le daban la bienvenida a sus seres queridos y a la vez se protegían de los malos espíritus. Pero cuando los irlandeses llegaron a América, conocieron las calabazas y se dieron cuenta de que estas eran mucho más grandes y fáciles de ahuecar, desde ese tiempo que ninguna persona ha crecido sin conocer un Jack-o-lantern.


jueves, 29 de octubre de 2009

La leyenda de la corona Boreal




La constelación de la Corona Boreal tiene su origen en una de las varias versiones que hay del mito de Ariadna, diosa de Grecia.


En Creta, encerrado en el Laberinto, habitaba el monstruo divino Minotauro, al que el dios Minos debía alimentar anualmente con 14 jóvenes de Atenas (siete varones y siete mujeres). Teseo se ofreció voluntario con la intención de acabar con el Minotauro y liberar así a los atenienses. Cuando llegó a Creta, la diosa Ariadna se enamoró de él y le proporcionó los medios que precisaba para matar al monstruo, más un rodete de hilo para extenderlo por el Laberinto a fin de tener luego una guía para la salida. Teseo venció y, al regresar a Atenas, se llevó consigo a Ariadna. En el trayecto hicieron un alto en la playa de Naxos, en la cual Ariadna se quedó dormida mientras Teseo permanecía en el navío.



En esta situación, Teseo recibió una orden de la diosa Minerva para que de inmediato zarpara en dirección a Atenas, con lo cual Ariadna quedó abandonada en Naxos, presa de desconsuelo. Acudió en su ayuda la diosa del amor, Afrodita, proponiéndole su boda con Baco, el dios del vino y del delirio. Éste le regaló una corona de oro y pedrería forjada por Vulcano, pero Ariadna, profundamente enamorada de Teseo, no pudo soportar el ofrecimiento y se suicidó.




Baco, al verla muerta, cogió su corona y la lanzó a los cielos a fin de perpetuar su memoria. Desde entonces las perlas de la corona son las estrellas de la Corona Boreal.

miércoles, 28 de octubre de 2009

La leyenda del arco iris

El Nacimiento del Arco Iris







Hace mucho, mucho tiempo, en la espesa selva verde esmeralda habitaban unos pequeños animalitos que provocaban la admiración de todos aquellos que tenían la suerte de poder verlos. Eran siete magníficas mariposas, todas diferentes, pero cada una con sus alas pintadas de un color brillante y único. Su belleza era tal, que las flores de la selva se sentían opacadas cada vez que las mariposas revoloteaban su alrededor.






Eran inseparables, y cuando recorrían la selva parecían una nube de colores, deslumbrante y movediza. Pero un día, una de ellas se hirió con una aguda espina y ya no pudo volar con sus amigas. El resto de las mariposas la rodeo, y pronto comprendieron que la profunda herida era mortal. Volaron hasta el cielo para estar cerca de los dioses y, sin dudarlo, ofrecieron realizar cualquier sacrificio con tal de que la muerte de su amiga no las separara. Una voz grave y profunda quebró el silencio de los cielos y les preguntó si estaban dispuestas a dar sus propias vidas con tal de permanecer juntas, a lo que todas contestaron afirmativamente.







En ese mismo instante fuertes vientos cruzaron los cielos, las nubes se volvieron negras, y la lluvia y los rayos formaron una tormenta como nunca se había conocido. Un remolino envolvió a las siete mariposas y las elevó más allá de las nubes. Cuando todo se calmó y el sol se disponía a comenzar su trabajo para secar la tierra, una imponente curva luminosa cruzó el cielo, un arco que estaba pintado con los colores de las siete mariposas, y que brillaba gracias a las almas de estas siete amigas que no temieron a la muerte con tal de permanecer juntas.




martes, 27 de octubre de 2009

Maquech

Esta es la leyenda de una bella princesa que tenía los cabellos como las alas de las golondrinas; por eso se llamaba Cuzán, que es el nombre maya de ese ave. Las historias de la belleza de Cuzán se contaban en todo el reino, más allá de los muros de la ciudad sagrada de Yaxchilán.





Cuzán era la hija preferida de Ahnú Dtundtunxcaán, el Gran Señor que se sumerge en el cielo. Era alegre y feliz, y su rostro brillaba como el sol cuando su padre ponía a sus pies lo más bello de sus tesoros de guerra.
Cuando Cuzán tuvo edad para el matrimonio, su padre concertó la unión con el hijo del Halach Uinic de la gran ciudad de Nan Chan; el príncipe Ek Chapat, el futuro Señor del Reino. Cuzán aceptó la elección de su padre.




Un día, al regresar de la guerra, el rey envió los tesoros del botín a Cuzán. Cuando la princesa fue a la sala del Gran Palacio para agradecerle a su padre el rico presente, lo halló acompañado de un hermoso joven llamado Chalpol, Cabeza roja, porque su cabello era de color encendido.




Sus almas quedaron atrapadas en un lazo de fuego. El corazón desbocado de la princesa sólo hallaba sosiego en el nombre de Chalpol. Juraron no olvidarse nunca y se amaron con locura bajo la ceiba sagrada, donde los dioses escuchan las plegarias de los mortales.




Todos en la ciudad sabían que Cuzán estaba prometida al príncipe Ek Chapat de la ciudad de Nan Chan; por eso cuando el rey supo que Chalpol era el amante de su hija, ordenó que fuera sacrificado. Cuzán le suplicó que le perdonara la vida, pero todo fue en vano.



El día señalado Chalpol fue pintado de azul para la ceremonia del sacrificio. Hasta el atrio del templo llegaba el aroma del copal que se quemaba para expulsar los espíritus.
Con los ojos llenos de lágrimas, Cuzán volvió a pedir a su padre que no lo sacrificara, prometiendo que jamás lo volvería a ver y que aceptaría con obediencia ser la esposa del príncipe de Nan Chan.
Después de consultar con los sacerdotes, el Halach Uinic le perdonó la vida, bajo la única condición de que su hija se encerrara en sus habitaciones. Si salía, Chalpol sería sacrificado. En la soledad de su alcoba, la princesa entró en la senda del misterio.




En el silencio de la noche, fue llamada a presentarse ante el Halach Uinic. Cuando llegó a los patios del templo sus ojos buscaron los de su amado. Tembló al pensar que lo hubieran sacrificado.
Le preguntó a su padre, quien sólo sonrió. Un hechicero se le acercó ofrecieéndole un escarabajo y le dijo:
“Cuzán, aquí tienes a tu amado Chalpol. Tu padre le concedió la vida, pero me pidió que lo convirtiera en un insecto por haber tenido la osadía de amarte”.


La princesa Cuzán lo tomó y le dijo: “Juré nunca separarme de ti y cumpliré mi juramento”.
El mejor joyero del reino lo cubrió de piedras preciosas y le sujetó una de sus patitas con una cadenita de oro.
Ella lo prendió a su pecho y le dijo: “Maquech, eres un hombre, escucha el latido de mi corazón, en él vivirás por siempre. He jurado a los dioses no olvidarte nunca”. Maquech, los dioses no han conocido nunca un amor tan intenso y tan vivo como este que consume mi alma”.
La princesa Cuzan y su amado Chalpol, convertido en Maquech, se amaron por encima de las leyes del tiempo, con un amor colmado de eternidad.




(Leyenda del Yucatán)

domingo, 25 de octubre de 2009

La leyenda de los almendros de Medina Azahara



La primera vez que visité la ciudad Medina Azahara me contaron una de tantas leyendas que existen sobre Abd al-Rahman III y su favorita Azahara, para quien construyó la más hermosa medina, una ciudad que llevaría el nombre de la amada y se convertiría en la "Ciudad de al-Zahra", la "Ciudad de la Flor de Azahar".




Abd al-Rahman había traído a Azahara desde Granada, pronto se convirtió en su preferida y, para demostrarle el amor que sentía por ella, ordenó la construcción de una ciudad palatina; para ello contrató a los mejores arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas, mármoles, azulejos; mandó construir hermosos jardines con flores y plantas traídas desde todos los rincones del mundo, los pobló con hermosos pájaros y mandó que en ellos creciesen árboles de exóticos frutos. Telas y muebles, comprados a los mercaderes más prestigiosos adornaban las estancias de la favorita Azahara, todo lo hizo el califa por su amor.





Sin embargo Abd al-Rahman la sorprendía a menudo llorando y sus constantes regalos no conseguían su sonrisa. Le preguntó el motivo de su tristeza y qué debía hacer para contentarla, Azahara le respondió que a su tristeza el califa no podría ponerle remedio pues lloraba por no poder contemplar la nieve de Sierra Nevada, él le respondió “Yo haré que nieve para ti en Córdoba”.



 Inmediatamente mandó talar un bosque situado frente a la medina y replantarlo de almendros muy juntos unos de otros y cada primavera, cuando los almendros abrían su flor blanca, la nieve aparecía en Córdoba sólo para su amada Azahara, que no volvió a llorar.


viernes, 23 de octubre de 2009

La puerta del sueño



En Granada mora existía un rey anciano llamado Aben Habuz. Durante toda su vida fue un valiente guerrero y obtuvo suculentos tesoros, pero con la vejez, también se le calmó su ansiedad por nuevas riquezas, así se dedicó a custodiar su tesoro de los jóvenes guerreros Cristianos. Temía perder sus riquezas. Un buen día llegó un mago árabe llamado Ibrahim que venía de Egipto, conocía todos los secretos de la ciencia (incluido el de la vida eterna) porque poseía el "libro de la sabiduría" que había dado Dios a Adán al echarlo del paraiso. El se ofreció a hacer un invento con el cual conocer cuando le iban a atacar. Ibrahim creó un curioso tablero de ajedrez donde se encontraba un jinete con una lanza, cuando apuntaba a algún sitio significaba que se acercaba un ejercito por ahí, y entonces en el tablero aparecían unas figuras de ajedrez, era la imagen del enemigo.
El mago le incitó al rey que derribase las figuras y entonces mataría al ejercito enemigo.


Por este trabajo, Ibrahim pidió que se acomodase una cueva de la montaña con lujos y con bailarinas que lo animasen mientras estudiese las ciencias, gastando la mitad de la fortuna del rey. Aben Habuz aceptó y disfruto con el juego de ajedrez matando enemigos. Un buen día el jinete del ajedrez apuntó a un valle, pero no aparecieron figuras de ajedrez en el tablero. ¿Venía algún enemigo?. Mandó su ejecito allá, y recogió una dulce cristiana con una lira de plata. Ibrahim quiso poseerla, pero Aben Habuz la quiso para si, pues estaba enamorado de su juvenil belleza. Ella no deseaba a ninguno de los dos viejos, pero se quedó en el reino de Aben Habuz. El rey moro, empezó a gastarse todos los tesoros que le quedaban en ella, pero cuando la quería poseer, la cristiana empezaba a tocar su lira y el se dormía dulcemente. Sus súbditos se sublevaron, pues no podían consentir que su rey se gastase su fortuna en ella y no parase de dormir.


Aben Habuz pudo contener la sublevación, pero pidió al mago que hiciese algo para evitar esto, pues quería vivir en tranquilidad con la joven. Ibrahim le propuso que construiría para él un paraíso que no fuese visible desde fuera y que no se pudiese entrar de no quererlo el que viva allí. Aben Habuz fascinado le dijo que si que quería. Tardó tres días en construirlo en una montaña de Granada, y puso una puerta grande con una mano y una llave. A cambio, Aben Habuz le entregaría el primer animal y su carga que entrase por esa puerta. Al tercer día fueron Ibrahim, Aben Habuz y la joven cristiana cada uno en un caballo.


Se pararon los tres a observar la puerta, y el corcel de la joven echó a andar y cruzó la puerta. Ibrahim dijo que la cristiana le pertenecía, Aben Habuz se negó, pero Ibrahim entró con su caballo y cerró la puerta. Se dice que desde entonces todo el que se queda un poco de tiempo en esa puerta oye la lira de la cristiana y se adormece como el rey moro. Hoy en día, en ese monte, se encuentra la Alhambra y allí se puede encontrar la puerta con la mano y la llave, esperando que alguien la abra antes de caer dormido.


jueves, 22 de octubre de 2009

La leyenda de los cuatros dragones



Hace mucho tiempo, cuando no había ríos ni lagos en la Tierra sino solamente el mar del Este, habitaban en él cuatro dragones: el Gran Dragón, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perlado.

Un día, los cuatro dragones volaron desde el mar hacia el cielo, en donde comenzaron a jugar con las nubes. De pronto uno de los dragones dijo a los demás “¡Vengan rápido a ver esto, por favor!” "¿Qué sucede?” preguntaron al unísono los otros tres, mirando hacia donde apuntaba el Dragón Perlado. Abajo, en la Tierra, se veía una multitud ofrendando panes y frutas y quemando incienso. Entre el gentío se destacaba una anciana de cabellos blancos, arrodillada en el suelo con un niño pequeño atado a su espalda. Ella rezaba: “Dios de los Cielos, por favor, envíanos pronto la lluvia para que tengamos arroz para nuestros niños”.



Y es que no había llovido por largo tiempo. Los cultivos se secaban, la hierba estaba amarilla y la tierra se resquebrajaba bajo el sol ardiente. "¡Cuán pobre es esta gente!” dijo el Dragón Amarillo, “y morirán si no llueve pronto”.El Gran Dragón asintió. Entonces propuso "Vayamos a rogarle al Emperador de Jade para que haga llover”.Dicho lo cual dio un salto y desapareció entre las nubes. Los demás lo siguieron de cerca y todos volaron hacia el Palacio del Cielo.

El Emperador de Jade era muy poderoso, pues estaba a cargo de los asuntos del cielo y de la tierra. Al emperador no le agradó ver a los dragones llegar a toda velocidad. "¿Qué hacen aquí? ¿Por qué no se comportan como es debido y se quedan en el mar? El Gran Dragón se adelantó y dijo: “Los cultivos de la Tierra se secan y mueren, su majestad. Le ruego que envíe pronto la lluvia”. “Muy bien. Primero vuelvan al mar y mañana enviaré la lluvia”, dijo el emperador. Los cuatro dragones le agradecieron y regresaron muy alegres.




Pero pasaron diez días y ni una sola gota de agua cayó del cielo. La gente sufría más, algunos comían raíces, algunos comían arcilla, cuando ya no hubo más raíces. Viendo esto, los dragones se pusieron muy tristes, pues sabían que el Emperador de Jade sólo se preocupaba por su propio placer y nunca se tomaba a la gente en serio. Sólo ellos cuatro podían ayudar a la gente, pero ¿cómo hacerlo? Mirando hacia el vasto océano, el Gran Dragón dijo tener la solución. "¿De qué se trata? ¡Habla ya!” dijeron los otros tres."Miren. ¿No hay muchísima agua en el mar en donde vivimos? Podríamos tomarla y arrojarla hacia el cielo, entonces caería como si fuera lluvia y se salvarían la gente y sus cultivos” dijo el Gran Dragón. “¡Buena idea!” dijeron los demás aplaudiendo.“Pero”, advirtió el Gran Dragón, “si el emperador se entera nos castigará”."Haría cualquier cosa con tal de ayudar a la gente” dijo el Dragón Amarillo. "Entonces comencemos. De seguro no nos arrepentiremos” dijo el Gran Dragón. El Dragón Negro y el Perlado no se quedaron atrás y volaron hacia el mar para llenar sus bocas de agua, que luego soltaron sobre la Tierra.




Los cuatro dragones iban y venían y el cielo se oscureció de tanta actividad. No pasó mucho rato hasta que el agua del mar estaba derramándose en forma de lluvia sobre toda la Tierra."¡Llueve, llueve! ¡Los cultivos se salvarán!” toda la gente saltaba y gritaba de alegría. Las espigas de trigo y el sorgo se enderezaron.


El Dios del Mar descubrió lo que estaba sucediendo e informó al emperador. "¿Cómo se atreven los cuatro dragones a dar lluvia sin mi permiso?” El Emperador de Jade estaba furioso y ordenó a las tropas del cielo que apresaran a los dragones. Los dragones, en evidente inferioridad numérica, no pudieron defenderse y pronto fueron arrestados y llevados al Palacio del Cielo."Ve y pon cuatro montañas sobre los cuatro dragones, para que nunca más puedan escapar” ordenó el emperador al Dios de las Montañas. Este uso su magia para que cuatro grandes montañas aparecieran volando y cayeran sobre los cuatro dragones.



Aún así, los dragones nunca se arrepintieron de sus actos. Decididos a ayudar a la gente por toda la eternidad, se convirtieron en cuatro ríos, que corrieron atravesando las montañas y los valles, cruzando el territorio de oeste a este para llegar finalmente a su hogar, el mar. Y así se formaron los cuatro grandes ríos de China: el Heilongjian (Dragón Negro) en el norte, el Huanghe (Río Amarillo) en el centro, el Changjiang (Yangtze, o Gran Río) en el sur y el Zhujiang (Perlado) mucho más al sur.




(leyenda Zheijan, China)

miércoles, 21 de octubre de 2009

La judia de Toledo

Esta leyenda ha sido el argumento de varias novelas históricas y narra los amores del rey Alfonso VIII y una judía toledana llamada Raquel, con un final desgraciado, como no podía ser menos, cuando sus protagonistas eran un rey cristiano y una mujer hebrea.





Alfonso VIII fue un rey que batalló sin tregua contra los musulmanes, una veces con gran fortuna y otras, con menos. Se casó con Leonor Plantagenet, hija de Enrique de Inglaterra y Leonor de Aquitania, y, celebrados los desposorios se establecieron en Toledo, capital, entonces, de Castilla.


Los días transcurrían en la ciudad del Tajo con más o menos tranquilidad. El rey se ocupaba de los negocios de Estado, preparaba futuras expediciones bélicas o, cuando podía, salía con sus caballeros a cazar. Y en una de esas partidas de caza tuvo lugar el hecho que tanto influiría en su vida y en la del reino. Dice la leyenda que el rey atravesó el Tajo para internarse en los bosques cercanos y tratar de cazar algún corzo o jabalí. De pronto, observó cómo un halcón perseguía a una paloma. La alcanzó y logró herirla. La paloma mostraba ya la sangre sobre el blanco plumaje y el rey, compadecido de la víctima de aquella lucha desigual, disparó una flecha al halcón. Herido de muerte, el ave de presa cayó en un jardín particular.


Alfonso quiso recuperar al halcón muerto y penetró en aquel jardín, que pertenecía a una joven judía, llamada Raquel, que allí vivía. Era huérfana pero sus padres le habían legado cierta fortuna que le permitía una existencia desahogada, y conservar la casa de sus mayores. La belleza de Raquel era proverbial en la ciudad, aunque el rey ni la conocía ni había oído hablar de ella.




Se dedicaba la hermosa Raquel a preparar ungüentos y medicinas a base de plantas naturales, un arte que conoció a través de su difunto padre, y que eran muy demandados por las gentes que creían en su poder curativo. Aquella mañana, se encontraba en su pequeño huerto recolectando hierbas y cuidando de sus rosales, cuando vio caer al halcón atravesado por el dardo, prácticamente, a sus pies. El rey entró detrás, y ambos se contemplaron con sorpresa y arrobo.


Alfonso quedó fascinado por la belleza de la conocida como la fermosa Raquel, y ella se prendó de la apostura de aquel caballero que, gentilmente le rindió pleitesía y le pidió permiso para recoger el ave. Se saludaron con cortesía y se despidieron.



Los días siguientes estuvieron llenos de turbación para el rey y la judía. Él no podía olvidar aquellos ojos verdes, aquel rostro dulce, aquel cuerpo armonioso... ella, que había tenido poco relación con los hombres, sentía preso su corazón por la imagen de gentileza de aquel caballero. Es difícil poner trabas al amor, y el rey volvió a visitar a Raquel en su jardín. Las visitas se hicieron cada vez más frecuentes y los encuentros amorosos se fueron prolongando. Ni el uno ni el otro veían el momento de despedirse cuando estaban juntos. Pero ese amor mutuo no podía empezar con peores auspicios. Ella era una plebeya, pobre y sin patria, y además judía. Él era el rey de Castilla y, además, cristiano y, además, casado. Pero la pasión que sentía por Raquel lo cegó completamente.


Haciendo caso omiso de cualquier rasgo de prudencia, Alfonso hizo trasladar todas las pertenencias de Raquel a unas estancias apartadas dentro del propio palacio y la llevó a vivir con él. El rey se abandonó totalmente a los placeres de aquel amor prohibido. Se olvidó de su reino, de sus luchas contra los moros y de su mujer legítima. Rodeó las estancias de Raquel con una pequeña guardia y se negó a recibir a nadie ya fuera noble o plebeyo.




Esta situación se prolongó por espacio de siete años, y la situación del reino comenzó a ser insostenible. El pueblo, alentado por el despecho lógico de la reina, comenzó a murmurar diciendo que la judía había hechizado a su rey. Los nobles hacían lo propio, y el respeto que sentían por Alfonso se fue tornando en burlas y desprecio.

La única solución viable era terminar con la vida de Raquel, pues era evidente que el rey nunca la dejaría por su propia voluntad. Se dice que fue la reina Leonor la que instigó a los nobles para llevar a cabo este plan, pero también es cierto que todos estuvieron de acuerdo.



Enviaron a Alfonso un recado diciéndole que la reina Leonor deseaba hablar con él. En un principio se negó a la entrevista, pero tanto le insistieron que al final cedió. Abandonó los aposentos de Raquel, momento que fue aprovechado por dos sicarios para entrar en ellos. La judía estaba sola, con un sirviente también judío, al que amenazaron de muerte para que fuese él quien la atravesase con su daga, pues no querían manchar sus armas con la sangre de una infiel.


Alfonso comprendió en seguida que aquello era una trampa. Sólo tuvo que contemplar la desdeñosa sonrisa de Leonor, para darse cuenta de que algo terrible sucedía. Corrió hacia las estancias de Raquel, pero cuando llegó encontró a su amor en un gran charco de sangre, muerta, mientras que el sirviente se daba muerte con la misma daga con la que había acabado con la vida de su ama.


La ira del rey se desató contra todos aquellos que, de cerca o de lejos, habían participado en aquel vil asesinato. Ahorcó a los dos infames que actuaron en primera instancia. Desterró a muchos nobles sospechosos de estar involucrados en aquella horrible trama y a su esposa Leonor, la mandó encerrar en un convento gallego, lo más lejos posible de él y de la corte. Pero después de la venganza, Alfonso se vino abajo. Una profunda depresión y melancolía se apoderó de su corazón. Se pasaba todo el día y gran parte de la noche abrazado al sepulcro de Raquel, envuelto en la pena y el dolor.




De aquel estado de marasmo afectivo, vino a sacarle la muerte de algunos de sus hijos, y en sus últimos años parece que retomó la lucha contra los musulmanes. Siempre en primera línea, siempre buscando el peligro, como si desease encontrar la muerte lo más pronto posible. Los que contemplaron su agonía, dicen que el rey estaba sereno, con un gesto dulce y que hablaba con Raquel como si ella le estuviera esperando para seguir amándose en el más allá.


Otra versión de la leyenda, dice que Raquel murió a manos del populacho, al que previamente se había convencido de las maldades del pueblo hebreo. En esta versión, fue Alfonso el que se trasladó a casa de Raquel, para vivir juntos su amor y fue sacado de allí mediante un ardid, mientras la casa y el jardín de Raquel fueron arrasados por las turbas enfurecidas. En este caso, el rey no pudo tomar venganza sobre todo un pueblo, y su dolor fue, todavía, más grande.

martes, 20 de octubre de 2009

La leyenda de Vichama


“Pachakamaq decidió un buen día crear a un hombre y a una mujer. Pero una vez les hubo dado forma humana y vida, no se preocupó más de ellos. Y aquel hombre y aquella mujer empezaron a pasar hambre. Tanto padecieron que, al final, el hombre murió, agotada su resistencia. La pobre mujer al verse sola, desesperada y hambrienta, salió un día a extraer raíces para alimentarse y empezó a increpar al Sol entre sollozos. Al oír tan tristes lamentos, el Sol se compadeció de la desdichada y bajó a la tierra, envuelto en un manto centellante, y le infundió sus rayos fecundándola. A los cuatro días, con enorme gozo para ella, parió un hijo. Dio las gracias la mujer, al Sol, por el bien que le había hecho.





Pachakamaq, entró en celos al ver que el Sol había intervenido en su obra, la siguió, y cesando vio que el astro rey había desaparecido, le arrebató al semidios recién nacido y sin atender los gritos de la madre infeliz, lo mató, despedazándolo en menudas partes su cuerpecito. La mujer imploró al Sol para que diera castigo a Pachakamaq, y éste asustado de que lo encontrara con los restos sangrantes del niño, hizo un hoyo y lo enterró rápidamente. Pero Pachakamaq quiso remediar la falta de alimentos de la mujer y procedió a sembrar los dientes del pequeño y de ellos nació apretado el maíz. Sembró las costillas y los huesos y de ellos nacieron las yucas y las demás frutas de esta tierra. Sembró la carne y de allí procedieron los pepinos, los pacaes y demás árboles y desde entonces hubo abundancia de alimentos y no se conoció hambre sobre la tierra.
Pero no se aplacó la madre, porque cada fruto tenía que recordar a su hijo y a un fiscal de su agravio, y no cesó de clamar al Sol el justo castigo para el malvado. Al oír aquello, el dios se condolió de la pobre mujer y se enfureció contra Pachakamaq. Al instante bajó a la tierra para castigarle, pero aquel se ocultó donde sabía que jamás penetraban los rayos del sol. El dios para poner remedio a sus penas mandó a la madre que le entregara el ombligo y el cordón umbilical del niño muerto y ella se lo dio. Con ello creó un nuevo hijo y se lo dio a la madre diciéndole: toma y envuelve en mantillas a este niño que llora y se llamará Vichama. Esta vez nadie te lo arrebatará porque yo velaré por él durante el día, y de noche lo pondré bajo custodia de la luna. La madre lo hizo así y crió al infante que iba desarrollando muy hermoso y ya joven; quiso andar el mundo como su padre el Sol.




Vichama, se apartó de su madre, y anduvo leguas y leguas, y estuvo lejos de los suyos largo tiempo, y decidió regresar a su tierra natal. Cuando estuvo cerca del sitio donde tenían la choza, él y su madre, quedó muy extrañado al ver que cerca de allí habían otras cabañas. Entró a su choza y no encontró a su madre, salió a fuera y se halló ante una multitud de hombres y mujeres que jamás había visto.



Aprovechando la ausencia del muchacho, Pachakamaq mató a la mujer que ya estaba vieja, y su cuerpo la dividió en pequeños trozos y los dio a comer a gallinazos y cóndores. Sus cabellos y huesos, los guardó escondidos a orillas del mar, y púsose a crear los hombres y mujeres que poblaban el mundo. Vichama, lleno de ira comenzó a buscar a Pachakamaq para matarle. Pachakamaq decidió sumergirse en el fondo de las aguas del océano, donde ahora se levanta su templo, y ahí permaneció para siempre. Vichama, lleno de dolor, dirigió su ira a la gente que Pachakamaq había creado, considerando que eran sus cómplices. Invocó a su padre el Sol y al instante lanzando una maldición convirtió en piedra a los pobladores.




Vichama, comenzó a buscar los huesos de su madre para poder resucitarla, buscando al tercer día encontró los restos de la pobre mujer, los juntó, les echó un poco de arena, e invocó a su padre y al instante su madre apareció lleno de vida.



Vichama pidió a su padre el sol, que convirtiera a las piedras en huacas, algunas distribuidas en la costa para que fueran objeto de culto y otras las pusieron dentro del mar que son peñones y escollos que hay frente al litoral y a la cuales ofrecían cada año láminas de plata, chicha y espiga. Entre éstas huacas existió Anat, un pequeño islote que decían haber sido el kuraka de este nombre.



Viendo Vichama que el mundo estaba sin hombres, le rogó que hiciera una nueva creación y él dejó caer entonces tres huevos, una de oro, el segundo de plata y el último de cobre. Del huevo de oro salieron los kurakas, y los nobles principales o segundas personas; del de plata, las mujeres de éstos y del de cobre los plebeyos o sea los mitayos y sus mujeres.




Este mito era creído entre los indios de Huaura, Supe, Barranca, Aucallama, Huacho y Végueta.

lunes, 19 de octubre de 2009

Leyenda de la luna




Dejadme que os cuente una historia de los Días de los Dioses, una historia que los maestros ya no cuentan, que los Hombres del Sol han prohibido, un cuento que ya sólo las mujeres conocen y comparten y sólo los bardos más valientes se atreven a cantar; dejadme que os cuente la historia de la Luna de Plata y la mujer de oscuros cabellos, de cómo las Estrellas Brillantes fueron creadas.

“Esta canción os la contaré cómo me la contó mi madre, y a ella su madre y la madre de su madre, hasta la primera mujer que desveló esta verdad, porque es una historia de mujeres que los hombres ya no quieren oír, aunque a los niños aun se les cuenta en la cuna, como una nana, la nana de las Estrellas que Brillan en el Cielo.






Hace mucho, mucho tiempo, cuando los Dioses aun moraban entre los Hombres de la Noche, cuando los Niños del Sol pisaron por primera vez el mundo y el cielo nocturno era oscuro y yermo, la Luna de Plata lloraba sola en el negro vacío, porque su amante el Sol de Fuego la había hecho daño; el joven rey del cielo matinal se creía por encima de ella y se reía de su inferioridad, porque los Dioses la habían condenado a seguirle eternamente, a ser un reflejo de su brillante luz y a ser su reina sometida.



La Luna recordaba los días felices de antaño, cuando los Hombres de la Noche los reverenciaban por igual, pues eran las luces que les guiaban y guardaban de la Oscuridad Sin Fin, cuando ambos se amaban sinceramente y no había orgullo en los ojos dorados del Sol; pero entonces llegaron los Niños de la Mañana, fuertes y arrogantes, crecidos a luz del astro rey; poco a poco sometieron a los Hijos de la Noche, y amaron por encima de todo al Sol que les daba calor y vida, que les daba luz brillante y abundancia y dieron la espalda a la Luna, porque detestaban la noche oscura plagada de amenazas y temerosos, se resguardaban en sus moradas esperando que llegase el nuevo día, cantando sus alabanzas al Sol en cada amanecer. Y él, sonriente, los escuchaba y comenzó a amarlos más que a nada, porque henchían su ego domeñando la tierra en su nombre, y empezó a mirar desdeñoso a su amante, pues sus Niños la ignoraban y la hacían menos a sus ojos ambiciosos.




Y así llegó el día en que ya no hubo amor entre el Sol y la Luna, pero ambos estaban condenados a compartir el cielo y la Luna lloraba cada vez que las hirientes palabras del Sol rozaban su espíritu, y parecía que nadie, inmortal o humano, escuchara sus lamentos descorazonados.



Una noche de verano, la Luna lloraba sus penas sobre una colina tapizada de fragante hierba, sus lágrimas parecían inconsolables y se derramaban sobre la tierra creando arroyuelos de luz de plata fundida.



Y entonces, entre su lamento, le llegó una voz de mujer. - ¿Por qué lloras, Luna? Y la Luna no podía creer que alguien por fin la escuchara, porque los Niños del Sol jamás la miraban, ni le prestaban atención. - Porque estoy sola, porque el Sol ya no me quiere, porque… - y la Luna le contó sus penas a la mujer desconocida. - Yo te entiendo bien, Luna, porque también he conocido la soledad y el desamor, pero no llores más por ese arrogante que no te merece, es un estúpido que no se da cuenta de que en realidad es él el que te persigue por las bóvedas celestes, y que sin ti su luz no tiene donde reflejarse.



Si te hiere es porque tiene miedo de la verdad: que sin ti la Oscuridad Sin Fin nos atraparía a todos, incluso a sus Niños, mientras dormimos en la noche. Eres bella y dulce, Luna, no llores más por quién no ha sabido merecerte, porque aun hay quién te ama en esta tierra. Y diciendo esto, la mujer se perdió entre las sombras, la Luna, conmovida por sus palabras, no supo qué contestarle y tan sólo contempló su pálida belleza enmarcada por unos largos cabellos oscuros como la más profunda de las noches.



Y en el corazón de la Luna una chispa se encendió, una cálida sensación que empezaba a llenar todo su ser y deseó encontrarse con aquella mujer una vez más, para agradecerle sus palabras, para ver de nuevo su oscuro cabello. Pero como Luna no podía pisar el suelo mortal, así que tomó forma humana: su figura esbelta era de blanca piel, sus cabellos plateados brillaban y sus ojos eran de un gris azulado, profundos, sabios e intemporales. Vestida con níveas ropas, camino por la tierra dejando vacío el cielo. Por días vago la Luna buscando a la mujer de oscuros cabellos, durante el día se sentía desfallecer bajo los rayos del Sol y se escondía temerosa de sus Niños, pues eran de rostros fieros y miradas salvajes, que tomaban aquello que deseaban.



Era el séptimo día de su búsqueda y temía ya no encontrar a la mujer, pero sus pasos la llevaron a un bosque profundo y fresco, donde ni siquiera el arrogante Sol conseguía disipar todas las sombras; allí se sintió cómoda y recuperó los ánimos, más cuando su errante caminar la llevó a una pequeña aldea entre los árboles; observó a sus moradores desde la distancia, no eran Niños del Sol, sus facciones eran más suaves y sus voces más amables, y tenían los ojos grises y azules claro de los Hombres de la Noche.



El corazón de la Luna gritó de felicidad, porque hacía tiempo que los creía desaparecidos para siempre, pero aun quedaban allí los antiguos moradores, hermanos amados de tiempos mejores. - No está bien espiar – dijo una voz a su espalda, sobresaltándola. La Luna se volvió y contuvo el aliento al encontrarse frente a la mujer de oscuros cabellos, sus brillantes ojos verdes la miraban divertidos. - Yo no estaba espiando – habló la Luna, - te estaba buscando a ti. - ¿A mí? - Sí, para darte las gracias por tus palabras la otra noche.



Y entonces la mujer pareció comprender y darse cuenta de que estaba ante la Luna, una sonrisa franca y cálida se dibujó en sus labios. - No hay qué agradecer, tan sólo decía la verdad, y veo que aun en forma humana sigues siendo tan bella como en lo alto del cielo. Y la Luna sonrió, perdiéndose por unos segundos en aquella mirada verde que parecía beberse su ser. - No eres una Hija de la Noche – dijo por fin la Luna al darse cuenta de que sus rasgos diferían de los hombres de la aldea. - Tus ojos ven mucho, pero no es cierto del todo; mi madre si lo era, pero mi padre era un Niño del Sol – la mujer miró hacia la aldea, dando la espalda a la Luna, su voz se tornó reflexiva, melancólica. – Ambos se amaron desde el primer momento en que sus miradas se cruzaron, no importaban sus creencias, ni el color de sus ojos, ni si seguían a la Luna o al Sol, tan sólo el amor que nació en sus corazones y que unió sus destinos.




“Pero en el pueblo de mi padre no podían ser felices, la gente les miraba con odio y desprecio, insultaban a mi madre y exigían a mi padre que la abandonara. Temiendo por sus vidas y la mía, que estaba en camino, se fueron del pueblo, mas aun así no dejaron de ser perseguidos, fueran a dónde fuesen, los Niños del Sol les maldecían y amenazaban. No sé cuanto tiempo huyeron de aquellos que no querían comprender que hay cosas más fuertes que el odio irracional; yo vine al mundo en el camino, durante el crepúsculo, cuando el Sol se va para que llegues tú y para la gente de mi padre fui la peor de las abominaciones, pues por mis venas corre la sangre de dos pueblos, según ellos, uno superior y otro sometido, pero jamás unidos.



“Mis padres siguieron buscando un lugar seguro para vivir y por fin encontraron esta aldea escondida de la mirada del Sol, sin embargo, los rigores del camino y la vida a la intemperie acabaron con las fuerzas de mi madre, enfermó y nada se pudo hacer por salvar su vida. Mi padre, que tanto la amaba, tomó sus armas y salió a buscar su venganza, dejándome al cuidado de estas gentes; dicen que se llevó a muchos Niños del Sol a la Oscuridad sin Fin antes que los Guerreros Llameantes le diesen caza y muerte.



“Al final el odio me arrebató lo que más quería, pero yo no quiero dejar que ese sentimiento que envenena el corazón me ciegue, quiero amar a mis dos pueblos y pensar que algún día los Hombres de la Noche salgan del olvido y ambos convivan en armonía.




La Luna adivinó las lágrimas en los ojos de la mujer y sin pensarlo la abrazó para consolarla. Por un tiempo permanecieron así, sin decirse nada, mientras la noche se iba cerniendo sobre el mundo, envolviéndolas en profundas sombras, bajo la mirada cómplice del bosque. - Siento que algo nos une – dijo la Luna deshaciendo el abrazo, - a ti y a mi, que hemos perdido tanto. - Pero no estés triste, Luna, ni por mi, ni por ti, aun estamos vivas, eso es lo que importa – la mujer sonría y sus ojos brillaban.



Y la Luna y la mujer de oscuros cabellos hablaron largo rato, de ellas, de las cosas que las inquietaban, hasta que unos niños se acercaron a ellas, pequeños huérfanos que, como la mujer, habían perdido a sus padres a manos de los Niños del Sol.



Los chiquillos querían que les contaran un cuento, así que la Luna, cogiendo al más pequeño de ellos en su regazo, les narró antiguas historias de los Dioses, de cuando Jaraka, el de Ojos de Halcón, encontró la Espada Carmesí y se enfrentó contra Maraka, su hermano gemelo, que desafió a sus Mayores. O de Ara, la primera hija de Kalet, Señor de Tormentas, que bajo su lanza unió naciones enteras a las que gobernó hasta que los Dioses la llamaron a su lado.



- ¿Y por qué no hay luna esta noche? – preguntó una niña. - Porque a veces hasta ella tiene a alguien a quién quiere ver y se toma un pequeño descanso para poder hacerlo – contestó la mujer de oscuros cabellos, la Luna le sonrió. - Yo quiero que vuelva, la noche es muy oscura y da miedo ahora que no está – dijo otro de los niños. - Pero no hay que ser egoístas, la luna brilla todas las noches para nosotros – les dijo la mujer y los pequeños asintieron. – Y ya es hora de que os vayáis a dormir, vamos, enseguida iré a daros las buenas noches.