sábado, 4 de junio de 2011

Dionisio Baco

Dioniso Baco II

Los Borrachos o el Triunfo de Baco - Velázquez

Encontrándose un día en la isla de Naxos, Dioniso vio en la orilla a una bellísima joven dormida. Era la hija de Minos, Ariadna, que Teseo había traído consigo de Creta tras matar al Minotauro, pero a quien después había abandonado. Afrodita la consoló haciendo que Dioniso la tomara por esposa y le regalara una corona de oro forjada por Hefesto. Los dioses asistieron a las bodas y cubrieron de regalos a ambos esposos. Ella, después de darle tres hijos: Evantes, Enopio y Estáfilo, obtuvo el don de la inmortalidad y fue transformada en lo que más se llevaba en la época: una constelación.

Dioniso conquistó la India, lo que hizo no sólo por la fuerza de las armas, sino también con un poco de trampa, mediante sus encantamientos y poder místico. Falta le hacían sus artes divinas, porque al parecer el ejército invasor en vez de lanzas y escudos empleaba pámpanos, troncos de vid y panderetas. Ahí tuvo su origen el cortejo triunfal con el que se acompañaba el dios, y que consistía en un carro tirado por panteras, adornado con pámpanos y yedra y acompañado por sátiros, silenos, bacantes y otras divinidades menores.

Otros mitos señalan que también visitó Mesopotamia y Egipto. Llegó a Tebas decidido a fundar una religión cuya finalidad consiste en abatir la soberbia de la razón humana mediante la exaltación de los instintos, el éxtasis, la magia y el misterio.



Tras estas gloriosas expediciones volvió a Grecia, pero ya no era el dios rudo de las montañas de Tracia, sino que se había afeminado tras su contacto con los asiáticos, y ahora poseía los rasgos de un hermoso adolescente vestido con una larga túnica y tocado con una guirnalda de flores. Su culto era un complejo de ritos desenfrenados, por lo que fue acogido con desconfianza y hostilidad. El rey de Tracia, Licurgo, se declaró contra él. Obligado a huir, buscó asilo cerca de Tetis, en las profundidades del mar. Después castigó a Licurgo, que había hecho prisioneras a las bacantes, volviendo estéril al país y privando de la razón al rey, que mató así a su propio hijo pensando que era una cepa de viña. La desolación no acabó en Tracia hasta que Licurgo, por orden del oráculo, fue llevado a la montaña Pangión y allí lo descuartizaron atado a cuatro caballos.

Dioniso tampoco fue bien acogido por Penteo, rey de Tebas, que a pesar de que era su primo lo encarceló. Dioniso se fugó y enloqueció a la madre de Penteo y de paso a todas las mujeres tebanas, que no tenían culpa de nada. Transformadas en Ménades, llegaron a Citerión para celebrar las fiestas en honor al dios. Penteo fue tan tonto de seguirlas. Estaba claro que nada bueno podría salir de aquella excursión, pero debía de ser un poco marujón y el impulso fue superior a él. Llegó en el momento en que las participantes se encontraban en pleno frenesí, de modo que su propia madre lo confundió con un animal y lo despedazó.



Algo parecido sucedió en Argos cuando sus habitantes se negaron a reconocer la divinidad de Dioniso. Volvió a tomarla con las mujeres, según la proverbial e inveterada misoginia griega, que asentaba sus reales desde que Hesíodo describió la creación de Pandora y encontró luego un buen continuador en Aristóteles: éste afirmó rotundamente que las mujeres eran biológicamente inferiores al varón. “La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”, dijo incluso. Muy bella y ecuánime es también la opinión de Pitágoras, según el cual “Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo, que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer”. Según el concepto griego, una mujer sólo era valorada según su fertilidad, puesto que su papel quedaba relegado al hogar y a la reproducción, como meros recipientes. De modo que, al no deberles especial consideración, el dios enloqueció a las pobres mujeres haciéndolas vagar por el campo profiriendo mugidos como si fuesen vacas y llegando a comerse a sus propios hijos.

Porque además tanto daba que el comportamiento de la mujer fuera ejemplar; igualmente podía recibir castigo. Los crueles azotes que recibía en Alea un grupo de mujeres durante las fiestas de las Agrionias se debía al recuerdo de las hijas de Minias, las únicas que se negaron a tomar parte y permanecieron en sus casas, afanosas, decentes, aguardando el regreso de sus esposos. Dioniso intentó primero seducirlas por las buenas, bajo la apariencia de un hermoso joven, pero no consiguió nada. El dios manifestó su enfado convirtiéndose en toro, y como esto no pareció impresionar mucho, después se hizo león, y finalmente pantera. Aterrorizadas por este derroche de fenómenos paranormales, las jóvenes, siguiendo la costumbre, enloquecieron. Sintieron deseos de engullir carne humana, y entre las tres despedazaron a uno de sus hijitos. Dioniso transformó a una en ratón, a otra en lechuza y a la tercera en búho, y los griegos rememoraban el acontecimiento organizando cada dos años una fiesta llamada Skiereia que consistía en maltratar mujeres. En palabras del profesor Walter F. Otto, “la famosa crueldad de esta costumbre burla cualquier interpretación inocua”.



Dioniso bajó a los infiernos en busca de su madre, que había muerto consumida por el rayo, manifestación suprema de Zeus. Tras resucitar su carne mortal se la llevó al Olimpo, en donde la entronizó con el nombre de Tione pese a la oposición de Hera.

Fue el dios de la alegría, el vino y el desenfreno. Ya los griegos lo llamaron también Baco, nombre con el que pasó a los romanos. Y hoy es un buen día para festejar a Dioniso, que como no somos griegas no nos pasará nada.



Bibliografía: 
Mitología griega – F. L. Cardona 
Dioniso: mito y culto – Walter F. Otto

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